Trogloditas
Sala Monasterio
Creer, sencillamente creer en lo que se lleva a cabo y, además, disfrutarlo como si fuese el momento inicial, es una aptitud, más que una actitud. Una creación, bien sea de un proyecto, una obra o, algo tan difícil, como una escueta composición no es sencillamente evacuar o expeler, va mucho más allá. Porque, cuán difícil y extraordinario es, por ejemplo hilvanar una canción, esas letras, apenas unos párrafos que, sorprendentemente para el autor o autores, serán reiteradas una y otra vez hasta la saciedad desde el otro lado del aparato de radio, en la ducha, conduciendo y, desde luego, alrededor de un entablado donde, no hay duda, sino existe esa emoción y ese imperecedero ‘creer’, el resultado será vano y frívolo. Afortunadamente, hay quien sigue creyendo como el primer día y, éstos, se sentirán henchidos ante la reiteración de su creación aun cuando, las voces, sean agudas, graves, distorsionadas, con ritmo y sin ritmo porque, esas letras, sus letras, esas palabras que jamás pierden el sentido del momento en que fueron unidas y musicalizadas, son el producto de una necesidad de expresión compartida con esos cientos o miles de personas cuya espontanea unanimidad da razón a su expresividad. Una elocuencia, en ocasiones, originaria de un único creador cuya razón le lleva a entregar ese diamante en bruto a sus compañeros, a esos que generan con su aportación el producto final demostrando que, un edificio, no lo construye un arquitecto. Porque, eso es un grupo, una banda, unos cuantos individuos capaces de convertirse en un único emisor entregando, por deleite y certidumbre en su música y sus letras, el mensaje de su trabajo, la misiva de su desasosiego y el anuncio de su interpelación. Haciendo copartícipe en todo momento a su público, con la complicidad, no ya de quién es consciente que sin respetable no hay existencia, sino de la lucidez del apasionamiento y del disfrute colectivo de una creación que ha pasado a formar parte de la universalidad. Y, un ejemplo de ello, fue posible vivirlo el pasado veintiocho de abril en el Port Olímpic de la siempre Layetana ciudad, de la mano de ‘Maite Cardó Produccions’ en la Sala Monasterio, con una banda que nada tiene de prehistórica o cavernícola, “Trogloditas”.
Jordi Vila, batería y voz; Simón Ramírez, bajo; Diego García, guitarra y coros; Andreu Muntaner “Lobo”, voz; y Toni Retamosa “Toni Pick”, guitarra; con su último trabajo “Fuerte, flojo y… en directo”, con canciones de su larga carrera de treinta años y temas nuevos, ascendieron al escenario acompañados por los vítores de un público mucho más que anhelante, preparado para corear cada uno de los veintinueve temas que componían el repertorio de esa noche. Cargada con el talante de ésta banda que aun habiendo llenado estadios mantiene aquel carácter de su “Barrio o aglomeración urbana” del que son originarios presente en todas y cada una de sus letras. Cargadas con el sentimiento triunfal de quien puede perderlo todo por amor, éstos montaraces del día a día han vuelto a sus orígenes con un ‘punk rock’ que da más sentido a sus canciones.
“Sombras del Autocine”, “Desconectado”, “Una ruina para mí” y, desde luego, “La Mataré”, con un ritmo más ágil y una voz, la de “Lobo”, profunda cuando es menester, devuelve el sentido a todas ellas. Aún más, cuando, recientemente, ese eterno e incombustible himno de ‘Sabino Méndez’, “La Mataré”, ha sido convertido en diana de irreflexivas acusaciones lanzadas por mentes insultantemente arrogantes incapaces de entender una globalidad centrándose, únicamente, en una parcialidad. Y, desde luego, arbitrariedad, afortunadamente, podrían encontrar en cada uno de los miembros de la banda, en conjunto, superándose a sí mismos, individualmente, genialidad y extrema calidad apuntalando el sentido de cada uno de los temas.
Desde esos punteos y rasgados cargados con una extrema experiencia en unos dedos que apenas arriban al cuarto de siglo, Diego, desbordando alegría, admiración, orgullo, emoción, temperamento y, desde luego, de ahí su posición con las seis cuerdas, cualidad, índole, carácter y nobleza, en ambos sentidos. Jaleando a un público agradecido que, lejos de necesitar ese impulso, aun así se emociona más con él. Y con el otro amo de la media docena de alambres “Toni Pick”, parapetado tras su lentes de cristales ahumados, derrocha actitud, la aptitud es innata, virtuosismo y, como el resto, júbilo y entusiasmo, casi con la misma emoción del muy lejano primer concierto de su carrera, recorriendo el mástil, centrándose en una cuerda, en las seis, en cada nota sin, como todos, dejar de interactuar con el público. El cual, casi al final del concierto, no puede por menos que caer rendido al sólo de Simón, como colofón a su admiración por todo lo anterior y los temas que aún quedan. Su exquisita expresividad con las cuatro cuerdas, llega al sumun en ese lapsus de presentación, en realidad una constatación, pues no hay nadie en la atestada sala que no conozca su nombre, desde luego su incuestionable talento y su trayectoria.
Como la de Jordi, marcando una cadencia perfecta con sus palos e, incluso, cantando dos temas, se erige como base sólida de la banda. Extrapolando su incombustible personalidad más allá de bombos y platos, es imposible no reparar en su presencia, porque ésta se encuentra en cada nota, en cada repetición, en esas baqueteas que parecen a punto de escaparse de sus manos, como amenazando romper su perfecta armonía, sin conseguirlo jamás. Como, de ningún modo, “Lobo”, ha dejado de ser aquel canis lupus cuya validez le llevó a abandonar su ínsula amada, erguido y sonriente en todo momento tras el micro, su voz se une en perfecta connivencia a ese ‘punk rock’ embrionario que ha conseguido eclosionar y entronar temas nuevos como “Ráscale”, “La Espuma de los días” o “Lo he vuelto a hacer” o, clásicos, como “Rompeolas”, “Los mejores años” o “Cadillac solitario”. Incluso brindar un homenaje a German Coppini, dedicado a su hermana, Cris Coppini, cuya emoción y agradecimiento le impidieron, casi, tararear “Malos tiempos para le lírica”.
En resumen, una noche que finalizó con “Cançó del Pagès”, como colofón y siempre punto y seguido, de una banda capaz de disfrutar y, más importante, compartir y recibir ese regocijo del respetable, con cada una de sus actuaciones en las cuales, si es posible, acrecientan aún más su grandeza, “Trogloditas”.
Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Manuel Alferez