domingo, 29 de enero de 2017

El Respetable - Valencia

El Respetable
Peter Rock Club - Valencia

Dos de las cosas que más me gustan en este tiempo que estoy viviendo son: ver a Iosune en un escenario e ir con ella a ver  y oír conciertos, esta vez fué la segunda, en el escenario, "El Respetable".
Era la primera vez que entrábamos en Peter Rock Club, una sala joven en programar conciertos, extraordinariamente llevada por Gabriel Felman que también protagoniza el programa de televisión “Hay mucho Rockandroll”, un hombre con el alma de Rock and Roll.
El Respetable es un grupo de tributo a bandas valencianas casi todas ya desaparecidas, Los Romeos, Interterror, Las maquinas, Imprevisibles, Mala Seguida, Los Flacos, Comité Cisne y otras que aún están en funcionamiento como Revolver o Seguridad Social.


El Respetable son cinco músicos con un paladín indiscutible, su cantante Oscar – Los Plásticos-, Ramón el bajista – All Sex Picken-, Luís un guitarra –Renegados-, Fede el otro guitarra –Inhibidos Quizás?- y el último en sumarse a la banda el batería Carles –Los Pataconas- ; enormes músicos en cada una de las bandas que han estado y todos juntos forman una simbiosis en la que dan vida a antiguos grupos que nos dieron su esencia por aquellos años en los que la Spook o Gasolinera eran nuestros cuarteles generales.
Con una destreza excepcional, con sus instrumentos y una voz poderosa, estos cinco maestros van dando calor a la sala desgranando las esperadas canciones que nos dieron tanto amor, cariño, pasión, fuerza y psicotrópica actitud en aquellos momentos en los que solo existían el tocadiscos y el radio casete; Cuando mi mente se despeja como nunca y la adrenalina se recoge en mi interior… “No es fácil ser dios”, Déjame escuchar los pajaritos en sonido digital … “Se lo traga todo”, Nadie me comprende, nadie me divierte, nadie puede hacerme reír… “Nadie se parece a ti”.



A medida que van pasando las canciones me vienen a mi mente recuerdos como el disco de Los Flacos del cual hice la fotografía de la portada, Imprevisibles que también hice la fotografía de portada de su primer disco, Seguridad Social, que en un festival que montó Pepe Gasota en Cuenca y tocaba Jose Manuel y su combo Miguel Ángel y yo fuimos de camareros, Interterror cuando los fotografié en el mercado de abastos, Las Maquinas, aquel concierto en raza que me dieron a comer trufas trucadas con hachís (que cebollón), Los Romeos, cuando fotografié y me enamoré de Patricia. De todas las canciones me viene un recuerdo.


Yo no soy partidario de los tributos ni los homenajes, solo soy partidario si con cada una de las canciones adquiero conciencia y me evoca a mi época en la que fui distintamente feliz, entonces si que entiendo a bandas como El Respetable, están aquí para que yo pueda rememorarle a Iosune todas aquellas cosas que hice cuando tenía veintitantos y con las que fui tan feliz.

Cuando pienso en ti, Perro verde, Estoy loco, Nada me sale bien, Héroes, Acción, Balas de tranquilidad son algunas de las canciones que llevan en el repertorio, me gustan El Respetable porque prefiero a una buena banda valenciana a cualquiera del mundo entero.

Texto y fotografías: Iziar Kuriaki.


Rising Core + Born in Exile + Machine Gun - Sala Breakout

Rising Core + Born in Exile + Machine Gun
Sala Breakout - Sabadell


En el albor de los tiempos se perdió el momento en que el ser humano comenzó a crear sonidos que le hiciesen bailar. Hay quien asegura que eran funcionales, esto es, música y danza nacieron para la curación, el cortejo, aliviar la pena y un largo etcétera a modo de remedio psicosomático. En pro del bien de la comunidad pues, de eso no hay duda, desde los iniciales clanes hasta los pueblos, antes de la creación de grandes urbes donde se acumulaba un sinfín de sujetos de todas partes del mundo conocido, el estado de uno de sus individuos influía irremediablemente en el de todos. De aquellos iniciales ritmos ha quedado el folclore, representado a modo de escaparate cultural en las fiestas de las ciudades e, incluso, en pueblos y pedanías. Es decir, sobrevive casi a modo de espectáculo turístico, no así la evolución, en su mayor parte, del folclore practicado en la que, dicen, es la cuna de la especie humana. De aquellos hombres y mujeres raptados en condiciones infrahumanas que, si bien fueron tratados aún con menos valor que el dado a los indispensables animales de carga y domésticos, consiguieron que su enraizado folclore evolucionara, gracias a un intelecto que no se les suponía, aprovechando, entre otras cosas, instrumentos y algunos sones de su opresor. Déspotas que, finalmente, no sólo se rindieron a la calidad, profundidad y excepcionalidad de aquellos ritmos, sino que, los adoptaron y fomentaron, generando en gran medida mucha parte de la música actual. Una corriente que, involuntaria e inconscientemente, ha mantenido aquel iniciático espíritu psicosomático comunitario cómo fue posible comprobar el pasado día veintiocho de enero en la más que orgánica y vívida “Sala Breakout” en la antiguamente conocida como pequeña Manchester del río Ripoll. Crisol de la música metal y forja del resto de las tendencias, donde fraguaron incandescentemente tres bandas metaleras procedentes de la siempre layetana ciudad, “Rising Core”, “Born in Exile” y “Machine Gun”. En una noche excepcional donde el protagonismo, no sólo estuvo, desde luego y por encima de todo, en la música, sino en el inusual protagonismo sobre el escenario de unas mujeres que, sin abandonar ni por un segundo su feminidad, dieron todo un recital de talento y excepcionalidad. Iniciado por “Machine Gun”.





 Bárbara Resio “Barbi”, voz; Tamara Fernández Carbonell “Tam”, batería; Artur Sampere Llavador, guitarra; y Nuria Lee “Nuria MG”, bajo; ascendieron al escenario con semi-capas y capuchas negras, como el resto del escueto vestuario, como se podría comprobar casi al poco de comenzar con el primero de los once temas que tenían preparados, “Mask”. Donde, al margen de la letra que habla de la máscara que todos llevamos puestas, ellos no necesitaron apartarla, pues su puesta en escena y su apostura, no necesita, precisamente, máscaras de ningún tipo. Mostrando ese Rock Metal, mezclado con percusiones sudamericanas y flamencas, con bases electrónicas, power metal, doom, post Grunge y su personalidad. “Anger”, “Uburn”, “Bleeding Out” o “Alive”, con el desparpajo y la imponente presencia de “Barbi”, cuya  tremenda voz puede ser dulce, grave o cálida, sin por ello abandonar por un momento el metal que expresa.



 Como “Nuria MG”, blandiendo el bajo sin perder la carencia y aportando esa gravedad que enaltece la identidad de las melodías a las que se une Artur. Rasgando y punteando las seis cuerdas yendo de un lado a otro, como “Nuria MG”, aparentemente perdido en la inmensidad de su larga melena aportando esa aguda voz que, en ocasiones, suple el silencio de la palabra. Dicción siempre expresada por los enérgicos y contundentes baquetazos de “Tam”, también a primera vista oculta tras su larga melena dorada, pero combativa y provocadoramente presente derrochando clase y condición incluso cuando, a falta del pedal de bombo, suelto e inservible, no perdió el compás en el último tema, “24”. Al que llegaron tras, “Unvoiced”, “Touched by an Angel”, “Protocol”, su versión de  “Send me an Angel” y “Entre cobras”, donde sorprendentemente, el cajón, a manos de “Barbi”, y los bombos de “Tam”, se hicieron protagonistas sin perder, en ningún momento la raíz rabiosa del metal. “Machine Gun”, garra, fuerza, feminidad y talento, muchísimo talento, distinto pero a la misma altura de los siguientes en ascender al escenario, “Born in Exile”.





 Cris Vega, voz; Rodrigo Báez y Carlos Castillo, guitarras; Lucas Comuñas, bajo; y Juanma Ávila, batería.  Una formación que con la llegada de su vocal, “Cris” ha hecho un cambio radical, psicosomátizando experiencias propias o ajenas. Siempre a base de Metal Progresivo emanado desde una piel y un interior, que provoca una mezcla de estilos creando así su propio sonido. Una autoría mostrada en los siete temas de su setlist donde “Juanma”, aparentemente elevando y dejando caer las baquetas crea un base a doble pedal que da pie a que la voz de Cris tome un protagonismo variando el tono de su voz según el tema, con un sentimiento y una convicción a la altura de las altas cotas de su timbre. Bajo el cual se puede apreciar perfectamente la gravedad de Lucas, golpeando las cuatro cuerdas aunando la carencia y aportando ritmos propios enaltecidos por ambas guitarras, Rodrigo y Carlos, Carlos y Rodrigo. Ambos rivalizando entre ellos con la nobleza de quien sólo quiere dar lo mejor de sí mismos y, no hay duda, incluso dan mucho más. Todo ello contando experiencias tan dispares como el de “Tycoon”, denuncia del peligroso y fantasioso paraíso del capitalismo, o “Dievergent”, un asesino sexual enclaustrado en su propio asesinato. 



Que nada tiene que ver con la patológica persecución del esquizofrénico de “Between” o con “Field son fire”, donde la el prisma dubitativo entre honestidad y causa de un soldado plantea a la perfección la razón de cualquier guerra. Similar pero a la vez muy distinto de “End of the “World”, quinto tema y bis, fundamentado en la irracionalidad de los gobiernos y la primacía del dinero, para acabar, antes del bis, con “Revenant”, lamentablemente basado en una experiencia vivida en propia piel donde narran las artimañas de ‘un cazador’ del amor, supliendo el plástico pato de reclamo por otra serie de cebos tan falsos como el mentado señuelo. Un quinteto que hizo vibrar, bailar, puntear y cantar a un público volcado en su excelsa calidad y en esa comunicación de honestidad y furia con sentido que únicamente ellos pueden conseguir, “Born in Exile”. Y, no precisamente exiliados, pero sí muy reconocidos y deleitados; más allá de las fronteras naturales convertidas en políticas; por nipones, canadienses, estadounidenses y mejicanos, fueron los siguientes en tomar el entablado, “Rising Core”.





 Verónica Galindo, voz; Juan Martín "JG6", guitarra y coros; Néstor Morente, batería; Juan Francisco Jerez, bajo; Helenca Montañés, teclado; se colocaron tras sus instrumentos y dieron comienzo a su repertorio de nueve temas comenzando por “Stay with us”. Una clara invitación, no sólo por el mismo tema, sino por su música, un Metal progresivo, iniciado por la preponderancia del teclado de “Helenca”, en lo más profundo del escenario casi oculta por la escasa luz, pero completamente presente gracias al roce de sus yemas sobre los pulsadores, esas clavijas que asemeja acariciar y de las que extrae las notas perfectas sobre las que se escucha el agudo sonido de las seis cuerdas de “JG6”. Baremo y referente del grupo cuyos rasgados y punteos, toman la batuta, salvo cuando “Verónica”, sobresale con el perfecto timbre metalero. Lanzada a cada estrofa y estribillo, apoyada en la inquisidora presencia de los pedales y baquetas de “Néstor”, marcando el ritmo exacto para que “Juan Fran” golpee las cuerdas de su bajo, con en una autoría que le llevan más allá de la base rítmica.



 “When you smile”, “Scream” y “Pain in side”, “You know my name”, “Feel the wind”, “Tied hands”, hastas llegar a “Time”, el último tema. Metal progresivo que mantuvo al público expectante, disfrutando de cada nota y cada letra, dejándose llevar por la mucho más que destreza de unos músicos capaces de extraer palabras a sus instrumentos. Frases sónicas unidas a la voz femenina que envuelve al espectador y lo transportan allá donde ellos quieres, a tierras de “Rising Core”. Un territorio que, esa noche, en la indispensable y patrocinadora Sala Breakout, se convirtió en circunscripción, no ya femenina, pues la calidad no entiende de géneros, sino de aquel iniciático espíritu psicosomático comunitario casi olvidado en el preludio de los tiempos, buena música en estado puro de la mano de “Rising Core”, “Bonr in Exile” y “Machine Gun”.

Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Manuel Alférez

sábado, 28 de enero de 2017

Wild Cirkus - Bar Forum Bcn

Wild Cirkus
Bar Forum - Bcn


“El ojo escucha”, dijo una vez un reconocido poeta nativo de esas tierras donde se fortificó un ficticio poblado adicto a una pócima mágica. Una imposible audición ocular que, sin embargo, resumiría de una forma abstracta la poética, que no la poesía, una forma indeterminada que, más que permitir, exige una doble lectura, la incuestionable y la introspectiva. La primera, es aquella que hasta una pared, bien de ladrillo o de madera, podría comprender sin necesidad de explicación alguna. La segunda, va más allá de la simple recitación, se hunde en la profundidad del entendimiento y fomenta, venturosamente, bien distintas apreciaciones en la mayoría de los casos, también afortunadamente, dispares a la del autor. Esa mirada sorda que ha mostrado la peculiaridad y excepcionalidad de hechos mundanos elevándolos hasta una complejidad rayana a la anomalía, ha sido, y es, una herramienta de aprehensión del carácter humano. Una, por qué no, imparcial percepción completamente indispensable que es posible encontrar en bien diferenciadas artes y que, el pasado día veintiocho de enero, fue posible disfrutar en el “Bar Fórum” de la siempre layetana ciudad. Casi como el mentado poblado adicto a la pócima mágica, éste local, ha conseguido erigirse en lugar de cita obligada, y no sólo por ese otro brebaje, quizá aún más mágico, que da nombre a esa hora del aperitivo antes del ágape matinal. Sino por su empeño en invitar a bandas de música locales para disfrutar de ese, no siempre, soleado tiempo del piscolabis como los lacetanos “Wild Cirkus”.



Una banda de Rock y blues que ellos gustan nominar, quizá haciendo uso de la poética, “Rock Cirkusiano”, compuesta por Jon Errazu, voz y guitarra; Christian Gamero, bajo; Andrés Pérez, Batería; y Eugenio Salmerón, guitarra y coros. Se apostaron tras sus trebejos y comenzaron, no sin antes agradecer la asistencia al público que atestaba la restringida terraza y el interior del local y al organizador, aquel que sonríe vivaracho bajo la bandera arcoíris, David López, con “I’m a strange”, sonido americano con influencias ‘hand rock’ de los sesenta y setenta. Que, volviendo a ese ‘ojo que escucha’, en ningún momento los alienó del respetable, todo lo contrario. La voz de Jon, tradicional de rock clásico y blues, salpicada con tonos de cantautor, atrajo rápidamente la atención sin marginar, bien al contrario, los rasgados de su guitarra. O la presión del dedo gordo de la mano de Christian a las cuerdas de su bajo, llenando el local con esa gravedad armónica confabulada con los palos de Andrés volando, ora rápido ora más lento, sobre la caja, los toms o los platos guiados por el pedal del bombo.




 Tampoco a Eugenio, ensimismado en la vívida expresión de sus seis cuerdas, a las que extrae el timbre exacto, aun cuando se deje llevar por el fervor del tacto metálico. Yendo de “Sunny day” en una alusión sexual donde la mirada, no es sorda, sino táctil, a“I could see love”, un alegre elegiaco homenaje al setentero grupo “Love”. “We are survivors”, una personal pluralización del enfrentamiento a ese espacio que transcurre una vez se deja de ser un neonato, y arribando a “Save your freedom”, en cuya letra no estaría fuera lugar algún nombre propio de esos que llaman dirigentes de un país y que, sin estar tampoco, sí pueden entreverse perfectamente a aquellos que han ido pasando y, a la par, dando forma a la banda, en “On the road”, un rock con un punto Southern, cargado de sentimiento y buen rollo. Bien distinto del rocanrolero “Long time in bed”, donde para un soldado su tabla de salvación, cual si de un náufrago se tratara es, precisamente, el rock&roll.



 El cual, quizá por ese halo de tristeza, les llevó a “Blues dream coming true”, un inmortal recuerdo al que fue considerado como ‘El Abuelo del Rock & Roll”, Robert Leroy Johnson cuya misteriosa leyenda les empujó a “I’ll call you maybe”. Un ritmo más movido de rock-funk, regado con el infortunio del fin de una asociación sentimental que les transportaría hasta el último tema, “Red bearn man”. Rock psicodélico que infunde un movimiento culpable al cuerpo cuando se hace caso al susurro del “el ojo que escucha” y se descubre que habla de las miserias de la política actual y la desesperación de un desahuciado. Retórica, lírica y mucho rock&roll que arribó a ese público reacio a aceptar el fin del concierto y que apabulló con educación a éstos soberanos de la mirada oyente, en la plataforma exterior del “Bar Forum”. Con el salvajismo urbano de una afabilidad que no deja títere con cabeza, “Wild Cirkus”.

Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Marcos Nuñez

viernes, 27 de enero de 2017

Los Rebeldes - Sarau 08911

Los Rebeldes
Sala Sarau 08911 - Badalona
27.01.2017

No era "Bajo la Luz de la Luna", eso vino después, pero si bajo la lluvia cuando se empezaba a formar cola en la puerta de la sala Sarau 08911 de Badalona. Chupas de cuero, cadenas, botas, parches y tupes, cuarentones en su inmensa mayoría, pertenecientes a la mejor generación que ha dado la música de este país. Y es que Los Rebeldes, con casi 40 años de carrera, presentaron su ultimo disco "A Flor de Piel", esta vez en acústico, desenchufado como se suele decir, aunque el grupo demostró que también se puede hacer buen rock and roll y para eso si que estaban enchufados.

Sobre las 23:30, el grupo al completo con Carlos Segarra a la cabeza, desciende las escaleras que llevan al escenario y se colocan dispuestos frente a sus micrófonos, seguros de si mismos, haciendo lo que mejor saben hacer, tocar buen rock and roll. Contrabajo, acordeón, guitarra y cajón, botas western y sombrero de cowboy. Cuatro acordes y "Quiero ser una Estrella" y "Harley del 66", la respuesta del publico no se hace esperar, entregado al 100%. Este ultimo disco tiene canciones nuevas y versiones en acústico de temas de toda la trayectoria. Y así, durante dos horas, se fue completando todo el repertorio.


Uno de los temas nuevos es "Quiero ser Chuck Berry" y para interpretarlo se quiso acompañar el bueno de Carlos, de Pep Sala a la guitarra. La noche prometía ser intensa y a la fiesta se unió Wichy, e interpretó otro de los temas nuevos "Maria Querida", una buena balada interpretada por una mejor voz. El grupo lo estaba dando todo y el público se lo devolvía en forma de prolongados aplausos y coreando todos los temas.
Y llegó la hora de mas invitados, el grupo se marchó y Carlos pasó a estar acompañado de Moises Sorolla con una caja y Aurelio Morata al contrabajo, la formación original de Los Rebeldes del 79, interpretaron, entre otras, "Tired and Sleepy", Emilio Diaz se encontraba entre el público.


Ya con la formación habitual otra vez, Wichy Garcia al cajón y coros, Miguel Miñana al contrabajo, Quino Lucas al acordeón, armónica y coros, interpretan el resto de los temas: "Dos Horas Mas", "Mia", "Eres Especial", "Marihuana Boguie", "7 Lunas de Miel", "Rebeca", "Un Español en Nueva York", etc.....
Los bises nos dan la pista de que poco a poco se acerca el final: "Marie Marie", "Bajo la Luz de la Luna", "Mescalina" no pueden faltar junto a algunas sorpresas de Carlos cuando toca "Be my Baby".
En definitiva, un gran concierto en una de las ciudades bañadas por el "Mediterráneo". esta vez Badalona, donde Los Rebeldes hicieron vibrar  a toda esa generación, "Mi Generación", aquella que ha crecido con sus temas, con los que aprendimos a hacernos los tupes y que el paso del tiempo casi ha hecho desaparecer.
Nos marchamos esperando la próxima, pero con la sensación, la buena sensación de que durante dos horas a latido al máximo nuestro "Corazón de Rock and roll"·

Texto y fotografías: Manuel Samaniego




Luz Verde - Sala Monasterio

Luz Verde
Sala Monasterio - Barcelona


La naturaleza, al margen de entenderse como aquello que rodea a las ciudades y pueblos, es un ente donde no cabe la felicidad. Estado, en sí mismo, concebido por el ser humano como meta teóricamente asequible para la mayoría, en realidad es una zanahoria a la que intentar dar alcance para obviar la idiosincrasia del pervivir. Subsistir sin más eludiendo depredadores y eventualidades que, no sólo pueden acabar con la vida, sino llevar a una larga agonía que lleve a desear la muerte. Esa es la naturaleza, una trampa sin sentido de la que el ser humano no sólo ha intentado darle una razón, sino que, se las ha ingeniado a base de reconfortantes falacias proyectando vaporosos halos de anhelo. Sin embargo, esa que llaman “la Madre Naturaleza” está siempre presente, incluso en los mundos más artificiales, y deja muestras de su talante, no sólo en la imagen de un cervatillo siendo cazado y engullido por alguno de sus depredadores, sino con la efímera dicha de un clan, barrio, pueblo o una nación. Destruido por el injustificable acto de unos pocos ensimismados en dotar de un carácter bilateral a los habitantes de un área bien delimitada, de un lado la presión extrema a los afanados moradores incapacitándoles para otra cosa que no sea producir y, por otro, haciendo un soez acopio de opulencia hasta la extenuación de tierras y nativos. A los que, únicamente les queda hacer uso de un estado que escapó a las garras de la naturaleza, el alborozo, innato en la especie humana. Esa ilusión bípeda que lleva a concebir e insuflar estados como el de la felicidad para sobreponerse a la desilusión, un valor que se encuentra presente en cada composición de aquellos que, el pasado día veintisiete de enero celebraron el cuadragésimo aniversario de uno de sus componentes en la Sala Monasterio, de la siempre layetana ciudad. 



Una sala igualmente tomada por ese talante, a veces olvidado, del tesón y la persistencia en pro del talento y la ilusión como el de los conmemorantes, “Luz Verde”, procedentes de aquella ciudad allende el océano llamada “Catucha quao” (Arroyo de Guanábanos). Y que finalmente, erradicando patronos doctrinales y militares, adoptó el nombre de la hierba que tomaba prácticamente el valle donde se asentó, ‘caraca’, conocida como “pira” o “amaranto” en un mundo que se erigió como civilizado y que, final y afortunadamente, ha acabado aceptando la idiosincrasia de un pueblo al que se le dio el mismo nombre de la planta. Carlos Mendoza, guitarra y voz; Willbert Álvarez, guitarra y voz; Eduardo Benatar, batería; y Ezequiel Serrano, bajo; ascendieron al escenario con la pátina conmemorativa del cuadragésimo aniversario de su batería, Eduardo. El primero de los dieciocho temas haciendo un recorrido a todo su trayectoria fue, “Al borde”, que marcaría no sólo su más que particular rock’n’roll, sino la aceptación de la pérdida para erigirse en ganador que se encuentra en casi todas sus letras. Compartidas tanto por Carlos como por Willbert, ambos dejando su propio carácter en cada tema, bien a solas, bien a dúo, cuando no se dejan llevar por sus respectivas seis cuerdas.



 Rasgados presentes en cada composición que en una mayoría de instantes se erigen en voz principal, siempre apoyadas en la carencia del malabarista Eduardo, haciendo gala a lo largo del concierto de su virtuosismo manejando las baquetas a la par que respondía mensajes, seguramente de felicitación, en su teléfono móvil. Y, desde luego, el gran invitado de la banda, Ezequiel, golpeando las cuatro cuerdas sin perder la carencia ni, desde luego, la presencia sobre el escenario. “Cenando con el Diablo”, “Esperando una canción”, “Vegas”, “De fiesta por el sol” y “Humo dorado”, especialmente en ésta última donde queda latente el alborozo, innato en la especie humana. Esa ilusión bípeda que empuja a sobreponerse al dolor de cabeza dejando la ventana abierta, siempre con la misma fuerza para ser libre. “Envuelto” y “Guitarra invisible” una oda, no sólo a la erradicación de patronos doctrinales y militares, sino a la aceptación de la propia idiosincrasia con la que poder sentirse “En Llamas”. “Menos que cero”, “Mira hacia adelante”, “Un clavo saca a otro clavo” y “La lucha”, coreadas por el público, la mayoría sus invitados que aún convencidos con el ‘¡Ay, la vida, come con bozal de arepa!", se encontraron con la obligada “Ranchera” y el innato desenfado de ambos cantantes y, desde luego, que mejor que echar la culpa a cualquier cosa que a una borrachera.



 “La misma vaina”, “Oscuridad”, “El final del mundo”, “El fin de la alegría” y, finalmente, “Solo, solo” que, a diferencia de ellos, “Luz Verde”, teniéndolo todo, además de ser queridos por todos, no están solos, como mostró su público, allegados, seguidores y, como siempre, descubridores que a punto estuvieron de no dejarles bajar del escenario. Porque, aun mostrando la trampa sin sentido de la naturaleza, son capaces de hacer disfrutar, reír y bailar a quien les escuche. En grandes superficies o pequeñas salas como la “Sala Monasterio”, donde se dan cita bandas que comienzan y otras tan reconocidas como la de Carlos, Willbert y Eduardo, entre otros galardones, nominados en los premios Grammy. Porque, como el Gramófono, de donde se apocopa el nombre de los mentados premios, las buenas y armoniosas vibraciones sólo pueden emitirse cuando la base, como la pizarra, es resistente a los golpes. Impactos que, a veces, aún proyectando vaporosos halos de anhelo se convierten en alborozo y diversión como los que emitieron “Luz Verde”.

Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Manuel Alférez

sábado, 21 de enero de 2017

Elektroputos + Pane - Monasterio

Elektroputos + Pane
Sala Monasterio - Bcn


La capacidad de pensar, innata en una pequeña mayoría de la especie humana, es la causante de que un ancestral homínido descubriera el fuego, posiblemente después de tropezar con el palo con el que erigirse en perdonavidas. Aquel hallazgo cegó la voluntad de unos muchos y permitió a esos iniciáticos pensadores sentar las bases del dominio arbitrario socavado, únicamente, por unos aún más exclusivos avezados contrapuestos a la adicción del poder. Aquellos que, a lo largo de la historia, han llevado al ser humano hasta el punto tecnológico, cultural y social en el que se encuentra debido, precisamente, a ser los únicos con la competencia intelectual de una batalla dialéctica, moral y, en ocasiones, bélica para socavar, aunque fuese momentáneamente, la estulticia y, desde luego, el abuso procaz de los herederos de aquel precursor perdonavidas. Su escasez ha llevado a que apareciesen ocasionalmente en pequeñas e inexplicables etapas históricas, cual brisas o grandes vendavales, que asolaron y permutaron el status cívico, intelectual y colectivo. Épocas donde la revolución cayó en manos de unos pocos que arrastraron a unos muchos, gracias al hastío de lo incomprensible, períodos como el último y más reciente, especialmente en esas tierras que un hidalgo caballero recorrió parcialmente en busca de su amada Dulcinea, los ochenta. Fueron años de atrevimiento, sueño y, desde luego, capacidad de analizar, enjuiciar y denunciar el estado de una sociedad amilanada y enclavada en una postura pacata, pusilánime y completamente fuera de lugar. Una década que influyó en unos muchos por unos pocos y que, de aquellos pocos, reticentes a la desaparición e influyentes en otros pocos de este neófito tiempo secular, pudo ser disfrutado y redescubierto el pasado día veintiuno de enero por unos testadores y unos herederos, “Elektroputos” y “Pane”. Transmisores y receptores, ésos últimos ahora además emisores, de esa rama de la cultura que, muchos de los beneficiarios de aquellos perdonavidas, fueron incapaces de percibir la ponderada influencia en el ánimo de la población, la música. Y, como no podía ser de otra manera, en uno de los tabernáculos polifónicos de la siempre layetana ciudad, “Sala Monasterio”, tocada con el salitre de ese mar de entre tierras que ha marcado de manera irreversible décadas y milenios con el talante de la búsqueda de lo desconocido. El mismo, posiblemente, que imbuye a la banda que inició la fiesta a la delación de la certidumbre, “Pane”.



 Albert Domínguez, guitarra y coros; Eric García “Flake”, bajo y coros; Genís Toral, guitarra y coros; Toni Enguix, batería y voz principal; atesoran lo heredado y, en un punto similar de hastío hacia un entorno incomprensible, eligen el deconstructivismo musical creando un particular estilo Garage/Punk/Rock, que, no hay duda, se encuentra en construcción y, aún así, contagia al espectador. Un público inicialmente algo reacio que, ya con el primero de los catorce temas, “Chiringuito de Dios”, no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar por los ritmos del cuarteto. “Octopus”, “Pusher”, “Enough”, “Papers”, “Huéleme”, “I wanna Grow a beard” o “Great amount of Manpower” evidenciaban una visión algo naíf de la realidad pero, a la par, tan acertadamente cruel que llegaba al interior de un respetable ávido de música y ritmo, sorprendido gratamente por los cambios de idioma en las letras.



 “Hache ocho”, “Cúter”, “Nylon” “La salud del yen” “Touareg” y, finalmente, “Will”, consiguieron enaltecer y calentar a un público que, aún a la espera de los testadores que iban a continuación, hubiera podido proseguir con éste grupo, “Pane”, repleto de energía contagiosa y con un futuro más que indiscutible. Todos ellos pura música, no sólo el bajista, “Flake”, hijo de Kike, bajo del grupo anfitrión, sino todos, Albert, “Flake”, Genis y Toni, cuatro recipientes cargados de notas a punto de dar con la llave exacta de su estilo, “Pane”. Una peculiaridad que, “Elektroputos”, anfitriones y los siguientes en ascender al entablado, encontraron en aquellos lejanos ochenta denominándolo “gregociberneticoperoskafropunkisiniestrorockcomick”. 




Gustavo Adolfo Ropero, voz; Kike García, bajo y voces; José Miguel Medrano, batería y voces; Iñaki Gaztelu, saxo y voces; King Bucolicush, percusión y voces; Domin Alcázar, guitarra y voces; Sergio Oca, bajo con efectos MIDI; y Vidal, teclados. Tomaron el entablado y comenzaron con la Intro “Precious” y se lanzaron a los diecisiete temas escogidos, incluidos sendos bises, con ese carácter aparentemente alocado impregnado por la filosofía de Antístenes, aquel cinismo que plagó el mundo griego de sátiras y diatribas. Sarcasmo e ironía que comenzaron con “Arabian Burger”, “Escucha” y “10,20,21” con las que el cantante, Gustavo, comenzaría con chaqueta de cuero e incluso gorro y acabaría únicamente con el mono ceñido rojo con un rayo blanco.




 “Línea negra”, “Intelectuales”, “Nicho” o “Rosacruz” continuaron con esa gran fiesta que fueron, han sido y, desde luego, son éstos “Elektroputos” que no dejan títere con cabeza. Llevando al respetable a ese lugar donde desea estar, un vacío repleto de malaleche y desenfado que impide el rictus serio y, aún más, mantener el cuerpo inmóvil. Tomados por esa pátina inteligente de cada una de las letras de los temas, “Beat”, “Pensamientos”, “Jungle Rub out” o “Padre Domingo” y disfrutando de un saxo, Iñaki, capaz de transformar cada nota, casi, en palabras o ambos bajos, Kike y Sergio, llevando el peso de la cadencia más allá de sus propios ritmos. O José Miguel y King, batería y percusionista, creando un submundo del golpeteo capaz de insuflar propiedad y, desde luego, una fuerza arrolladora que empuja cada una de las caderas que habitan el local.


Mientras la guitarra, Domin, extrae un tono agudo y a veces grave aportando esa cima que todos quieren asaltar y que pocos pueden alcanzar. Como Vidal con el teclado, aparentemente ausente, a un lado, pero con la presencia de sus manos acariciando cada tecla como si éstas constituyesen las cuerdas vocales de su talante. “Creemos firmemente” y “Guardia Urbana”, esa particular oda a un heredero directo de aquel iniciático perdonavidas, quizá el millonésimo número 22411, que lamentablemente aún sigue imponiendo su más que segura falta de cópula.


Si bien, “Perdices”, eleva de nuevo el desenfado, no por ello falto de retintín, ante la realidad casi estúpida de necesitar ese pobre ave para ser felices. Antes de acabar con “The crank” y “Sex, drugs & Rock’n’roll” elevando aún más ese altísimo listón que separa el aburrimiento de la ignorancia con la mucho más que amenidad del discernimiento. Un final que al público que atestaba la sala casi le fue imposible aceptar, incrédulos y tan satisfechos que anhelaban mucho más, como pensar necesita una pequeña mayoría de la especie humana. A la que, a buen seguro, pertenecían la generalidad de ellos por formar parte y testimonio de una noche donde no hubo perdonavidas, pues no tienen acceso a lugares como la “Sala Monasterio” y sí exclusivos avezados contrapuestos a la adicción del poder. Competentes intelectuales capaces de convertir el aparente sonido ocioso en una base cultural de denuncia y, desde luego, mucho más que diversión, “Elektroputos” y “Pane”.

Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Ferran Siuró