Wild Cirkus
Bar Forum - Bcn
“El ojo escucha”, dijo una vez un reconocido poeta nativo de esas tierras donde se fortificó un ficticio poblado adicto a una pócima mágica. Una imposible audición ocular que, sin embargo, resumiría de una forma abstracta la poética, que no la poesía, una forma indeterminada que, más que permitir, exige una doble lectura, la incuestionable y la introspectiva. La primera, es aquella que hasta una pared, bien de ladrillo o de madera, podría comprender sin necesidad de explicación alguna. La segunda, va más allá de la simple recitación, se hunde en la profundidad del entendimiento y fomenta, venturosamente, bien distintas apreciaciones en la mayoría de los casos, también afortunadamente, dispares a la del autor. Esa mirada sorda que ha mostrado la peculiaridad y excepcionalidad de hechos mundanos elevándolos hasta una complejidad rayana a la anomalía, ha sido, y es, una herramienta de aprehensión del carácter humano. Una, por qué no, imparcial percepción completamente indispensable que es posible encontrar en bien diferenciadas artes y que, el pasado día veintiocho de enero, fue posible disfrutar en el “Bar Fórum” de la siempre layetana ciudad. Casi como el mentado poblado adicto a la pócima mágica, éste local, ha conseguido erigirse en lugar de cita obligada, y no sólo por ese otro brebaje, quizá aún más mágico, que da nombre a esa hora del aperitivo antes del ágape matinal. Sino por su empeño en invitar a bandas de música locales para disfrutar de ese, no siempre, soleado tiempo del piscolabis como los lacetanos “Wild Cirkus”.
Una banda de Rock y blues que ellos gustan nominar, quizá haciendo uso de la poética, “Rock Cirkusiano”, compuesta por Jon Errazu, voz y guitarra; Christian Gamero, bajo; Andrés Pérez, Batería; y Eugenio Salmerón, guitarra y coros. Se apostaron tras sus trebejos y comenzaron, no sin antes agradecer la asistencia al público que atestaba la restringida terraza y el interior del local y al organizador, aquel que sonríe vivaracho bajo la bandera arcoíris, David López, con “I’m a strange”, sonido americano con influencias ‘hand rock’ de los sesenta y setenta. Que, volviendo a ese ‘ojo que escucha’, en ningún momento los alienó del respetable, todo lo contrario. La voz de Jon, tradicional de rock clásico y blues, salpicada con tonos de cantautor, atrajo rápidamente la atención sin marginar, bien al contrario, los rasgados de su guitarra. O la presión del dedo gordo de la mano de Christian a las cuerdas de su bajo, llenando el local con esa gravedad armónica confabulada con los palos de Andrés volando, ora rápido ora más lento, sobre la caja, los toms o los platos guiados por el pedal del bombo.
Tampoco a Eugenio, ensimismado en la vívida expresión de sus seis cuerdas, a las que extrae el timbre exacto, aun cuando se deje llevar por el fervor del tacto metálico. Yendo de “Sunny day” en una alusión sexual donde la mirada, no es sorda, sino táctil, a“I could see love”, un alegre elegiaco homenaje al setentero grupo “Love”. “We are survivors”, una personal pluralización del enfrentamiento a ese espacio que transcurre una vez se deja de ser un neonato, y arribando a “Save your freedom”, en cuya letra no estaría fuera lugar algún nombre propio de esos que llaman dirigentes de un país y que, sin estar tampoco, sí pueden entreverse perfectamente a aquellos que han ido pasando y, a la par, dando forma a la banda, en “On the road”, un rock con un punto Southern, cargado de sentimiento y buen rollo. Bien distinto del rocanrolero “Long time in bed”, donde para un soldado su tabla de salvación, cual si de un náufrago se tratara es, precisamente, el rock&roll.
El cual, quizá por ese halo de tristeza, les llevó a “Blues dream coming true”, un inmortal recuerdo al que fue considerado como ‘El Abuelo del Rock & Roll”, Robert Leroy Johnson cuya misteriosa leyenda les empujó a “I’ll call you maybe”. Un ritmo más movido de rock-funk, regado con el infortunio del fin de una asociación sentimental que les transportaría hasta el último tema, “Red bearn man”. Rock psicodélico que infunde un movimiento culpable al cuerpo cuando se hace caso al susurro del “el ojo que escucha” y se descubre que habla de las miserias de la política actual y la desesperación de un desahuciado. Retórica, lírica y mucho rock&roll que arribó a ese público reacio a aceptar el fin del concierto y que apabulló con educación a éstos soberanos de la mirada oyente, en la plataforma exterior del “Bar Forum”. Con el salvajismo urbano de una afabilidad que no deja títere con cabeza, “Wild Cirkus”.
Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Marcos Nuñez
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