Elektroputos + Pane
Sala Monasterio - Bcn
La capacidad de pensar, innata en una pequeña mayoría de la especie humana, es la causante de que un ancestral homínido descubriera el fuego, posiblemente después de tropezar con el palo con el que erigirse en perdonavidas. Aquel hallazgo cegó la voluntad de unos muchos y permitió a esos iniciáticos pensadores sentar las bases del dominio arbitrario socavado, únicamente, por unos aún más exclusivos avezados contrapuestos a la adicción del poder. Aquellos que, a lo largo de la historia, han llevado al ser humano hasta el punto tecnológico, cultural y social en el que se encuentra debido, precisamente, a ser los únicos con la competencia intelectual de una batalla dialéctica, moral y, en ocasiones, bélica para socavar, aunque fuese momentáneamente, la estulticia y, desde luego, el abuso procaz de los herederos de aquel precursor perdonavidas. Su escasez ha llevado a que apareciesen ocasionalmente en pequeñas e inexplicables etapas históricas, cual brisas o grandes vendavales, que asolaron y permutaron el status cívico, intelectual y colectivo. Épocas donde la revolución cayó en manos de unos pocos que arrastraron a unos muchos, gracias al hastío de lo incomprensible, períodos como el último y más reciente, especialmente en esas tierras que un hidalgo caballero recorrió parcialmente en busca de su amada Dulcinea, los ochenta. Fueron años de atrevimiento, sueño y, desde luego, capacidad de analizar, enjuiciar y denunciar el estado de una sociedad amilanada y enclavada en una postura pacata, pusilánime y completamente fuera de lugar. Una década que influyó en unos muchos por unos pocos y que, de aquellos pocos, reticentes a la desaparición e influyentes en otros pocos de este neófito tiempo secular, pudo ser disfrutado y redescubierto el pasado día veintiuno de enero por unos testadores y unos herederos, “Elektroputos” y “Pane”. Transmisores y receptores, ésos últimos ahora además emisores, de esa rama de la cultura que, muchos de los beneficiarios de aquellos perdonavidas, fueron incapaces de percibir la ponderada influencia en el ánimo de la población, la música. Y, como no podía ser de otra manera, en uno de los tabernáculos polifónicos de la siempre layetana ciudad, “Sala Monasterio”, tocada con el salitre de ese mar de entre tierras que ha marcado de manera irreversible décadas y milenios con el talante de la búsqueda de lo desconocido. El mismo, posiblemente, que imbuye a la banda que inició la fiesta a la delación de la certidumbre, “Pane”.
Albert Domínguez, guitarra y coros; Eric García “Flake”, bajo y coros; Genís Toral, guitarra y coros; Toni Enguix, batería y voz principal; atesoran lo heredado y, en un punto similar de hastío hacia un entorno incomprensible, eligen el deconstructivismo musical creando un particular estilo Garage/Punk/Rock, que, no hay duda, se encuentra en construcción y, aún así, contagia al espectador. Un público inicialmente algo reacio que, ya con el primero de los catorce temas, “Chiringuito de Dios”, no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar por los ritmos del cuarteto. “Octopus”, “Pusher”, “Enough”, “Papers”, “Huéleme”, “I wanna Grow a beard” o “Great amount of Manpower” evidenciaban una visión algo naíf de la realidad pero, a la par, tan acertadamente cruel que llegaba al interior de un respetable ávido de música y ritmo, sorprendido gratamente por los cambios de idioma en las letras.
“Hache ocho”, “Cúter”, “Nylon” “La salud del yen” “Touareg” y, finalmente, “Will”, consiguieron enaltecer y calentar a un público que, aún a la espera de los testadores que iban a continuación, hubiera podido proseguir con éste grupo, “Pane”, repleto de energía contagiosa y con un futuro más que indiscutible. Todos ellos pura música, no sólo el bajista, “Flake”, hijo de Kike, bajo del grupo anfitrión, sino todos, Albert, “Flake”, Genis y Toni, cuatro recipientes cargados de notas a punto de dar con la llave exacta de su estilo, “Pane”. Una peculiaridad que, “Elektroputos”, anfitriones y los siguientes en ascender al entablado, encontraron en aquellos lejanos ochenta denominándolo “gregociberneticoperoskafropunkisiniestrorockcomick”.
Gustavo Adolfo Ropero, voz; Kike García, bajo y voces; José Miguel Medrano, batería y voces; Iñaki Gaztelu, saxo y voces; King Bucolicush, percusión y voces; Domin Alcázar, guitarra y voces; Sergio Oca, bajo con efectos MIDI; y Vidal, teclados. Tomaron el entablado y comenzaron con la Intro “Precious” y se lanzaron a los diecisiete temas escogidos, incluidos sendos bises, con ese carácter aparentemente alocado impregnado por la filosofía de Antístenes, aquel cinismo que plagó el mundo griego de sátiras y diatribas. Sarcasmo e ironía que comenzaron con “Arabian Burger”, “Escucha” y “10,20,21” con las que el cantante, Gustavo, comenzaría con chaqueta de cuero e incluso gorro y acabaría únicamente con el mono ceñido rojo con un rayo blanco.
“Línea negra”, “Intelectuales”, “Nicho” o “Rosacruz” continuaron con esa gran fiesta que fueron, han sido y, desde luego, son éstos “Elektroputos” que no dejan títere con cabeza. Llevando al respetable a ese lugar donde desea estar, un vacío repleto de malaleche y desenfado que impide el rictus serio y, aún más, mantener el cuerpo inmóvil. Tomados por esa pátina inteligente de cada una de las letras de los temas, “Beat”, “Pensamientos”, “Jungle Rub out” o “Padre Domingo” y disfrutando de un saxo, Iñaki, capaz de transformar cada nota, casi, en palabras o ambos bajos, Kike y Sergio, llevando el peso de la cadencia más allá de sus propios ritmos. O José Miguel y King, batería y percusionista, creando un submundo del golpeteo capaz de insuflar propiedad y, desde luego, una fuerza arrolladora que empuja cada una de las caderas que habitan el local.
Mientras la guitarra, Domin, extrae un tono agudo y a veces grave aportando esa cima que todos quieren asaltar y que pocos pueden alcanzar. Como Vidal con el teclado, aparentemente ausente, a un lado, pero con la presencia de sus manos acariciando cada tecla como si éstas constituyesen las cuerdas vocales de su talante. “Creemos firmemente” y “Guardia Urbana”, esa particular oda a un heredero directo de aquel iniciático perdonavidas, quizá el millonésimo número 22411, que lamentablemente aún sigue imponiendo su más que segura falta de cópula.
Si bien, “Perdices”, eleva de nuevo el desenfado, no por ello falto de retintín, ante la realidad casi estúpida de necesitar ese pobre ave para ser felices. Antes de acabar con “The crank” y “Sex, drugs & Rock’n’roll” elevando aún más ese altísimo listón que separa el aburrimiento de la ignorancia con la mucho más que amenidad del discernimiento. Un final que al público que atestaba la sala casi le fue imposible aceptar, incrédulos y tan satisfechos que anhelaban mucho más, como pensar necesita una pequeña mayoría de la especie humana. A la que, a buen seguro, pertenecían la generalidad de ellos por formar parte y testimonio de una noche donde no hubo perdonavidas, pues no tienen acceso a lugares como la “Sala Monasterio” y sí exclusivos avezados contrapuestos a la adicción del poder. Competentes intelectuales capaces de convertir el aparente sonido ocioso en una base cultural de denuncia y, desde luego, mucho más que diversión, “Elektroputos” y “Pane”.
Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Ferran Siuró
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