sábado, 22 de diciembre de 2018

Rosendo + Rodrigo Mercado - Sant Jordi Club Bcn

Rosendo + Rodrigo Mercado
Sant Jordi Club Bcn
22.12.2018

De señorías nos ha tratado Rosendo hasta el final de su trayectoria, hasta su concierto de despedida. Hasta los últimos acordes de su carrera musical tal y como la hemos conocido hasta ahora, ya que por lo que se desprende de sus palabras durante la gira, algún secreto guarda debajo de su chistera. Algún tesoro bajo cuerda, mejor dicho, bajo seis cuerdas.
Agradecidos a un músico que, generalmente, ha empleado su tiempo en las cosas que le preocupan o le divierten. Así disfrutamos de un acontecimiento que llenó de rockeros de todas las edades el Sant Jordi Club y que repetiría al día siguiente en el mismo escenario. Posamos para él, le hicimos ver que era nuestro artista preferido y, sin lugar a dudas, le hicimos por lo menos sonreír dejándonos la voz y el alma en cada uno de los temas que interpretó.
Abrió la velada su hijo Rodrigo, telonero de lujo para la ocasión que, a pesar de estar muy alejado de los parámetros musicales de la convocatoria, cumplió con la difícil tarea de, al menos, entretener al público, regalando hasta un par de temas de la discografía de Rosendo, de los cuales Rodrigo es el compositor, como son “El alma se colma” y “A remar”.




Espectáculo sobrio, aunque algo monótono, donde interpretó 10 temas acompañado de una banda de excelentes músicos que le permitieron lucir su particular estilo que pretende fusionar reggae, hip hop, pop, rock y una amalgama de sonidos que hacen de él un artista realmente polifacético. Defendió su repertorio con brillantez y fue de menos a más, recibiendo al final de su actuación un caluroso aplauso. Y es que no está al alcance de cualquiera poder presumir de dar el pistoletazo de salida a los últimos bolos de un padre tan querido y respetado en el mundo de la música. Empezó su show con “Astro rey” y alternó temas de sus dos discos como “No pararé” o “El fondo de la chistera”, terminando su función con “Puntualmente demora” en el punto más álgido de su minutaje.




Con verdadera expectación y al compás de “Suspensivos” a modo de introducción, aparece Rosendo Mercado en el mayúsculo escenario, bien acompañado por sus fieles escuderos Rafa Vegas al bajo y Mariano Montero a la batería, encabezando una (quizás demasiado) sencilla escenografía y custodiados por una pantalla gigante que nos regalaría imágenes de cada tema durante todo el concierto. No tenía claro si el bolo tendría el mismo formato y set-list que los de la gira 2018, o quizás los conciertos de despedida tendrían algo especial, bien en forma de repertorio sorpresa o de colaboraciones, ya que se anunciaban en los medios de modo distinto y por separado. No quise saber nada de lo acontecido en los recitales previos, como el de Madrid dos días antes, para mantener la incógnita y la incertidumbre. Pero Rosendo nunca ha sido muy amante de los cambios y ofreció un concierto rotundo, magistralmente ejecutado, emotivo, aunque sin grandes novedades.


Lleva muchos años con la misma estructura en sus actuaciones, dedicando unas dos terceras partes de su interpretación a sus discos más recientes, intercalando sabiamente clásicos de su primera etapa para no mermar la intensidad y conexión con el público y acabando con una recta final repleta de grandes éxitos atemporales que todo el mundo conoce y desea escuchar. Canciones que se han ganado a pulso formar parte de la cultura popular de este país.


Rosendo empezó con toda una declaración de intenciones y “Aguanta el tipo” fue la encargada de dar comienzo a un espectáculo que convenció sin apenas reservas a todos los asistentes. Sonido nítido, guitarra potente, el grupo exprime al máximo las virtudes del formato de trío por el cual Rosendo ha apostado desde que se deshizo de las teclas, aunque sin poder disimular los vacíos que temas como el citado dejan en los punteos. Apuesta personal de la que, a juzgar por la respuesta de la gente en todos estos años, siempre ha salido airoso. 
“Por meter entre mis cosas la nariz” puso la sala patas arriba, una hábil e inteligente manera de conectar con el respetable regalando un tema que seguía situando el epicentro de lo que se estaba cocinando en su etapa más añorada de sus “cuatro primeros discos”. Sonó muy hard rock y su voz se amoldó a los acordes del mismo modo como aparece registrada en su primer disco en “Directo” grabado en la sala Jácara de Madrid.


“Cada día” y “Muela la muela” fueron las siguientes en sonar, grandes temas que la gente apreció, pero que disfrutó más en lo personal que en lo colectivo. Joyas destacadas de su dilatada trayectoria que nunca han hecho sombra, ni lo han pretendido, a sus canciones más conocidas. Desafío particular en un repertorio en el cual, si yo hubiera sido el protagonista de la noche, no hubieran quitado el sitio a otros que hace años están olvidados en un baúl como “Fuera de lugar”, “Corazón” o “Como estatuas de sal”, mucho más significativos bajo mi punto de vista en una noche tan especial.
Pero como los protagonistas absolutos de la velada eran Rosendo, Rafa y Mariano, con maestría nos devolvieron a esos tiempos de Jácara con “Cosita” y “El ganador”, sendas canciones coreadas por un público que, por lo general, incomprensiblemente se guardó lo mejor de sí para la recta final. Quizás la emoción de saber que nunca más (no digas nunca “nunca”) veríamos a Rosendo encima de un gran escenario interpretando un concierto digámosle “completo”, hizo que muchos de los asistentes prefirieran no perder detalle de todo lo que estaba sucediendo y disfrutar de cada segundo y de cada acorde. Suposiciones,  especulaciones y elucubraciones a todas luces fruto de mi perturbada mente.


“No dudaría”, tema de Antonio Flores, apareció por sorpresa para dar paso a “Cuando”, “Cúrame de espantos” y “No son gigantes”,  tres composiciones que nos devolvían al Rosendo más actual, más personal, más intimista, al Rosendo que exige que el oyente saboree sus discos con fruición y calma, con detalle, al músico que experimenta con los recursos que tiene a su alcance, (bien o mal) asesorado por Eugenio Muñoz como “cuarto integrante” del grupo. Al Rosendo que ha hecho lo que ha considerado oportuno en cada momento de su carrera y no lo que (quizás) se esperaba de él. Una de sus muchas virtudes como artista.
El hipnótico blues “Mala vida” tiene ese feeling eterno que favorece el punto de ebullición imperecedero al escuchar de nuevo “Y dale!”, uno de los cuatro temas del primer disco que todo el mundo intuye que van a sonar. Magia quizás sea la palabra que más se aproxima a lo que se siente cuando más de 4.000 personas cantan al unísono el estribillo… definitivamente empieza a subir “la calor”.


Sin tiempo de contar hasta diez, “Soy” y “Amaina tempestad” atacan a la yugular con suerte dispar, siendo la primera vencedora con todo merecimiento, por algo es la joya de su último álbum de estudio (hasta la fecha). Rosendo, como dueño de la pista y cual centro de atención, con el público a sus pies y ahora sí gritando y coreando hasta los solos de su guitarra, arranca con inusitada energía la parte final del show, con la confianza del que sabe que tiene las cartas ganadoras de la partida en juego, aunque sin ningún as en la manga, acaso el del último tema.
“Vergüenza torera” aplasta y convence por su crudeza y su rabia, “El tren” nos recuerda que Leño vive con una sensacional adaptación más dura que nunca, en “Flojos del pantalón” Rosendo ejerce de guitarrista berbiquí y su clásico cruce con Rafa en el clímax instrumental del tema les hace dueños del desparpajo frenesí, público mediante, acompañando cada una de las notas que escupen a todo volumen los altavoces. “Masculino singular” es la piedra angular bajo la que se encadenan a toda velocidad los dos últimos temas “Pan de higo” y “Navegando”, que no por esperados fueron menos efectivos. Un trío que ya quisieran la mayoría de músicos para sí. 


Retirada de la banda, clamor popular, ovación cerrada y merecida y bis con tres de sus canciones que la mayoría de apuestas hubiera acertado : “Agradecido”, “Loco por incordiar” y “Maneras de vivir”. Sin palabras. Sonrisas y muchas lágrimas. Piel de gallina. Miradas de complicidad entre los asistentes, quizás de incredulidad. Abrazos entre desconocidos. Ha llegado el anunciado final, con una mezcla de satisfacción y tristeza. Nunca un concierto tan brillante dejó un final tan amargo. La basca coreando su nombre, rindiendo pleitesía a un mito que nunca quiso serlo. Y como colofón inesperado, una más. Ahora sí, la última. La oportunidad de despedirse de Rosendo con una de sus frases míticas : “El rock and roll es un arte”. Ofrecemos nuestro último aliento, fueron un puñado de (grandes) canciones y nos sentimos mejor, conjugando el verbo en pasado y en presente, sin modificar ni alterar ni un ápice su significado. Nos sentimos mejor porque Rosendo nos ha enseñado a amar y a respetar la música durante 40 años y decenas de discos imprescindibles. A nosotros y a todos sus discípulos que, con orgullo, han seguido sus pasos. Y aunque dejó sin representación en una noche tan especial a discos tan importantes en su carrera como “Para mal o para bien”, el concierto puede calificarse por unanimidad como sobresaliente.
“Descuélgate del estante y si te quieres venir, tengo una plaza vacante… Maneras de vivir!”. 

Texto: David Domingo
Fotografías: Manuel Alferez






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