Barna´n´Roll
Poble Espanyol - Barcelona
La dualidad está intrínsecamente ligada a la comprensión pues, no hay duda, es imposible aseverar cuando se tiene la posibilidad de entender distintas posturas. Es decir, y recurriendo al tópico estándar, no existe el bien o el mal, no sólo porque ambos son interdependientes, sino porque cada uno de ellos son meramente un punto de vista. Una perspectiva basada en la educación y las reglas sociales fabricantes de unos valores que pueden variar de una sociedad a otra. Una muestra de esa dualidad, hasta cierto punto extremadamente fútil, podríamos encontrarla en “Iberona”, parte del proyecto de urbanización de la layetana Montaña de Montjuic para la Exposición Universal de mil novecientos veintinueve. Cuyo nombre quería rendir homenaje a los primeros pobladores de las tierras catalanas y que, finalmente, debido a la sinrazón xenofoba, política y temerosa de la pluralidad cultural, fue rebautizado como “Pueblo Español”. Y qué mejor lugar que éste para disfrutar de una música que está íntimamente ligada no sólo a la dualidad, sino a la denuncia de comportamientos como el que llevaron a cambiar el nombre y el fin de “Iberona”.
“Barna ‘n’ Roll”, el festival que el pasado día nueve de julio reunió a ocho bandas de música Punk, Ska y Metal, con la clara intención de que éste fuera el primero de incontables venideros gracias a la respuesta masiva que abarrotó la zona adecuada para el festival. Un maratón musical que contó, éste iniciático año, con “Bad Religion”, “The Toy Dolls”, “Soziedad Alcohólika” “Adolescents” “Bad Manners”, “Talco”, “Crim” y “The Anti-Patiks”. La puerta de entrada a “Iberona” y, por ende, al “Barna ‘n’ Roll”, ubicada entre los dos torreones de diecisiete metros de altura imitando parte de la muralla de la ciudad de Ávila, se abrieron a las diecisiete horas y, poco más de las diecisiete quince, bajo un sol de justicia los de Égara, “The Anti-Patiks”, iniciaron la fiesta.
Uri Puig, voz y guitarra; Marc Escribano, guitarra y coros; Victor Al-llasit, bajo; y Xavi Escribano, batería: salieron al escenario con su quinto componente, Miquel Ángel. Una olla gris con mango negro, ojos, nariz y boca, inicialmente una olla de cus-cus que les regalaron en el país vecino allende los Pirineos y que, desde entonces, les acompaña en todos sus conciertos colocada a un lado sobre una caja de plástico. Miquel Ángel, no, desde luego, pero el resto del grupo y, especialmente, a través de Uri, vocal, agradecieron la asistencia al concierto, a esas insoportables horas a los pocos atrevidos que se encontraban frente a ellos. Escasos que fueron engrosando el grupo conforme iban descargando ese punk rock frenético que tanto les caracteriza sin dejar de interactuar con un público que no se sorprendió por el casco militar de Marc, el pelo rojo casi lila de Xavi, el taqiyah de Víctor o el pelo amarillo anaranjado de Uri. Como tampoco sus letras, cargadas de realidad y crítica, haciendo un repaso a su discografía y presentando su último trabajo, “Només el punk rock em fa feliç”. Resumen de su filosofía catalano-punkera, donde no dejan títere con cabeza, únicamente a su público que, acalorados y empapados en sudor, fueron fieles a sus desenfrenados ritmos y al desenfado de su último tema, guitarra, melódica y ukele en mano tras el lanzamiento de confeti de Adriá Bertran, de los tarraconenses “Crim”. Los siguientes en ascender al, aún, más que sofocante escenario.
Quim Mas, guitarra y coros; Javi Dorado, bajo y coros; Marc Anguela; batería y coros; y, por supuesto, el invitado y ocasional colaborador de “The Anti-Patiks”, Adriá Bertran, guitarra y voz. Iniciaron su punk rock catalán enfrentados a esa tierra natal suya que fue capital de Colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco, de aquellos romanos cuya cultura hija del lupanar empapó y, quizá desde su punto de vista, esterilizó el carácter local. Frente a un público entregado, ya en un número más que considerable, “Crim” demostró que su música, en poco tiempo, se está convirtiendo en auténticos himnos, “Desperta”, “Tot es fals”, “Tarragona Dorm”, “L’home de l’any” o “Castells de sorra”, hicieron vibrar, corear y bailar pogos a un respetable completamente volcado en un punk rock que, ya con el listón muy alto, dejó un escenario más que caldeado para los siguientes, “The Adolescents”.
Los míticos nativos de aquellas tierras que pertenecieron a la quimérica amazona de ébano, Reina Califia, con un west-coast punk de eternos temas como "Amoeba", "No Way", "Kids Of The Black Hole", "I Hate Children", "L.A. Girl", "Democracy" o "Wrecking Crew". Además de su último trabajo, “Manifest Density”, dejaron bien claro porque son incombustibles sin haber perdido ni un ápice de personalidad en las letras ni su poder sobre un público, ya muy considerable, que no podía perderse a éstos inmortales de punk. Como perpetuos y aún bajo los últimos rayos del sol subieron al escenario, los de la ciudad que domina el valle del Zadorra, “Soziedad Alkohólika”.
Juan, vocal; Jimmy, guitarra; Pirulo, bajo; Iñigo, guitarra; y Alfred, batería; desbordaron el lugar con su thrash, hardcore, metal y punk en completa sinergia con el talante reivindicativo y solidario no sólo con la búsqueda de identidad de los de la tierra a la que pertenece esa “Iberona” inicial y auténtica. Sino en un paralelismo para con el fraude social y de facto que se extiende por doquier alrededor del mundo entero lanzándose a ese “Cadenas de odio”, “Contra las cuerdas” o “Niebla de Guerra” entre otros, con la carismática voz de Juan, que, como es de esperar, no deja títere con cabeza mientras ese gran público, que ya atesta por completo el recinto, se encuentra poseído bailando pogos y coreando cada una de las canciones y a apoyando con gritos, cada una de las interacciones del grupo para con el respetable. Ensalzando y agradeciendo a éste constantemente su presencia, aunque, su demanda social y visión de la realidad, además de esas melodías duras y explosivas, hacen que su directo se convierta en un paréntesis vital que lleva a todos, incluido a “Soziedad Alcohólika”, al éxtasis de la reivindicación, la denuncia y, por sobre todo, la diversión musical más vibrante, atronadora y rabiosa. Dejando el escenario incandescente para los siguientes, “The Toy Dolls”.
Michael Algar “Olga”, guitarra y voz; Thomas Blyth “Tommy Goober”, bajo; y Duncan Redmonds “The Amazing Mr. Duncan”, batería. Amos del impío y descarado punk desde hace más de tres décadas, lanzaron sus temas con ese inglés tan británico cuyo sonoridad, en realidad, posiblemente base de ese punk nacido en esas tierras arturescas, asemeja un mantra futbolístico. Cantado con el desparpajo colorido de Olga, “Tommy Goober” y “The Amazing Mr. Duncan”, como si fuesen a iniciar, no ya una revuelta, sino un ataque de infantería donde, aún con sangre y roturas o tajos, será una fiesta completa. Una exaltación a la blasfemia, la profanación y la irreverencia hacia una sociedad marchita, retrógrada y ecléctica, donde sus guerreros, ese público que les aclama, son los arietes con los que abatir la estulticia y el cretinismo que lleva a circunstancias como, por ejemplo, suplir un nombre tan acertado de “Iberona”, por el actual con el que se conoce el lugar. Un lugar, con edificios representativos de distintas zonas de esa tierra que los fenicios llamaban “tierra de conejos” y que, público y grupo, lejos de caer en la simbiosis, se centraron en disfrutar, bailando y coreando unos temas ya legendarios. De ritmos acelerados donde las cuatro cuerdas de “Tommy Goober” se convierten en mucho más que en un base rítmica, estimulando esa juerga punk capaz de apuntillar con sobriedad y mucha ironía, la insipidez y el esperpento de la sociedad. Esa cuyo parapeto bombardean constantemente los siguientes en ascender al entablado, “Bad Religion”.
Greg Graffin, vocal; Brett Gurewitz, guitarra y coros; Jay Bentley, bajo y coros; Brian Baker, guitarra; Brooks Wackerman, batería; y Mike Dimkich, guitarra. También míticos nativos de aquellas tierras que pertenecieron a la quimérica amazona de ébano, Reina Califia, con un west-coast punk rock de cargado trasfondo político, social y religioso llevaron al público a un punto distinto de sus predecesores en el escenario. Desde luego, provocando pogos y coreos de sus temas, sin embargo, cargados con una sobriedad irrespetuosamente correcta, cargada con unos dardos explosivos que, lejos de aunar al respetable cual jauría, los aglomera frente a ellos como dadores de una realidad siempre cuestionable. Con el libre albedrío de encontrar cada uno su propia respuesta al ritmo de esas tres guitarras, Brett, Brian y Mike, que sin hacer sombra al bajo de Jay y a Brooks, el nuevo batería, llevan el peso de esos mensajes cantados por Greg. Auténticos cánticos al buen juicio y la lógica prostituida por el control de la masa y la manipulación de la comprensión que hicieron vibrar a un público, como no podía ser de otra manera, completamente entregado a los de la costa este. Los cuales, cuando abandonaron el escenario, con la reticencia del público, dejaron el lugar en manos de los de “mar ghe gera ossia”, “Talco”.
Dema, vocal y guitarra; Jesus, guitarra solista y coros; Ketto, bajo y coros; Nick, batería; Rizia, trompeta; y Tuscia, saxofón; con su “punk-Khanka” como a ellos les gusta autodefinirse en honor a “Mano Negra” y su “Patchanka”, una muy personalizada y colérica amalgama de rock, punk, canción popular y ska. Cuya energía desbordante impide la quietud del espectador, arrastrado por esas contundentes letras impregnadas de conciencia política y denuncia social, reivindicando el estilo festivo que los define. Ese carácter, quizá tan de entre tierras aunque los aires que les orea son más bien los etruscos de Hadria. Cargado del desenfado de quien es capaz de otear que, la evidencia de la injusticia, no es más que un chascarrillo carcajeado en pasillos donde la realidad es dorada y brillante como el diamante. Y, con ese talante dramático-festivo, llevaron al público a un estado de diversión presentando su último trabajo, el que cierra su trilogía, “la Cretina Comedia”, “Gran Galà” y “Silent Town”. Una arrolladora corriente de potencia y contundencia cargada con la ironía de reírse del propio reflejo arrastrando a todos a la alegría con sus pegadizos ritmos y estribillos que finalizó, mientras se despedían, con la canción original de Raffaella Carrà, “Hay que venir al sur”. Provocando, no sólo que el ambiente se distendiera más de lo que estaba sino, a buen seguro, que los oriundos del río demasiado ancho para vadearlo y que en algunas partes refleja la altísima figura de uno de los relojes más longevos cuyo nombre es similar al de la teoría de la gran explosión, “Bad Manners”, sonrieran aún más recordando su juventud al ritmo de la sensual cantante.
Aunque, y siendo ya altas horas de la madrugada, a “Bad Manners”, poseedores de un Ska “2Tone”, gamberro y espectacular basado en el carácter de su cantante y frontman Douglas Trendle “Fatty Buster Bloodvessel”, junto a Louis Cook, guitarra; Brian Tuitt, batería; Alan Sayag, armónica; Paul Hyman, trompeta; Andrew Marson, saxo alto; Chris Kane, saxo tenor; Dave Farren, bajo; y Martin Stewart, teclados; no necesitan nada para lanzarse a la juerga, espoleando los pies del público, aún abarrotando el lugar, con su Ska, Reggae y Rocksteady festivo y directo, desprovisto de cualquier significado profundo pero golpeando como un gancho de “izquierdas”. Con un espectáculo arrollador que acabó con la escasa energía de un respetable que, con el mítico “Can, Can”, sacaron fuerzas de flaqueza antes de despedir a “Bad Manners”. Cuyos modales lejos de ser malos, demostraron a esas horas de la madrugada todo su poderío espoleando hasta el último minuto a los espectadores. Reticentes, como los mismos “Bad Manners”, a abandonar un escenario, el de “Iberona”, sede del primer e iniciático festival “Barna ‘n’ Roll”, que se convirtió en un rotundo éxito de asistencia gracias a la elección de esos grupos tan punteros, “The Anti-Patics”, “Crim”, “The Adloescents”, “Soziedad Alkoholika”, “The Toy Dolls”, “bad Religion”, “Talco” y “Bad Manners”. Unidos, todos ellos, no sólo por ese escenario compartido y un público volcado que colmó hasta el último rincón del lugar, sino por la que, a buen seguro, es la esencia del mismo Festival, “Barna ‘n’ Roll”, la comprensión de la dualidad. La asimilación y la puesta en práctica de la denuncia de comportamientos que agreden y socaban la sociedad, al son de buena música y mejores profesionales que se niegan a aceptar la sinrazón política temerosa de la pluralidad cultural y del carácter propio de autodeterminación de cualquier pueblo. Y que, en cierta manera, apoyan el nombre inicial y con propiedad de “Iberona”, donde, se ha acogido éste primer y exitoso Festival “Barna ‘n’ Roll”.
Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Manuel Alfrérez
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