Rehenes + Autos Detroit
Sala Monasterio - Bcn
En la mitología griega, Reso (griego antiguo Ῥῆσος, Rhêsos) fue rey de Tracia, hijo de la musa Calíope o de la musa Euterpe y de Eyoneo, Ares o Estrimón. Participó en la Guerra de Troya y resultó muerto mientras dormía en su campamento, junto con 12 de sus acompañantes, en una incursión nocturna efectuada por Odiseo y Diómedes. Es decir, dentro de ese tan elaborado imaginario heleno, ese soberano de inconclusa ascendencia prestó su nombre, aleatoria y casi tan confusamente como el de su alcurnia, a un primate común en Afganistán, norte de la India y China meridional, concretamente el Macaco Mulatta o Macaco Rhesus, con el que se identificó por primera vez lo que hoy en día conocemos como factor RH en la sangre. Ese elemento fundamental que fluye por nuestro cuerpo y que, al margen de los cuatro tipos y ese factor negativo o positivo, es el torrente que fluye cargado, más alegórica que aleatoriamente, de estulticia, emprendimiento o arte. Éste último, casi en la misma cantidad de tipos que la sangre, es desde luego imperceptible en un análisis sanguíneo, aunque nadie duda que aquello que se reproduce en el cerebro de un artista está intrínsecamente ligado a esa corriente carmesí y, desde luego, aún de forma ligeramente arbitraria, para nada aleatoria o confusa. Quizá, ese RH, causal o casualmente muy ligado a ese mito de las Musas, por ejemplo, a modo de notas corra por las venas de cualquier músico, un hecho en sí mismo indemostrable científicamente, como la paternidad y maternidad de aquel monarca traciano o el porqué de elegir su nombre para reconocer al macaco, pero tan plausible como el reconocimiento de sí mismo de este primate en el espejo, la tragedia atribuida a Eurípides titulada Reso o los repertorios de dos bandas, “Rehenes” y “Autos Detroit”, que el pasado día veintiocho de octubre descargaron su adrenalina en la no menos mítica, que no mitológica, Sala Monasterio en el Port Olímpic de la siempre Layetana ciudad.
Y los primeros en mostrar el sinfín de notas que corren por sus venas fueron “Autos Detroit”,
Pedro Pasamontes y Lluís Molina, voz y guitarra; Jordi Delgado, bajo y voces; César Hernández, batería y voces; presentando su último trabajo, “Second Best”, ascendieron al escenario hipertensos por el sinfín de pentagramas que corrían por sus arterias y que intentarían repartir en dieciocho temas y tres bises. Una hemorragia iniciada con “Welcome” donde el power pop que les identifica comenzó a dejar su huella con las voces y guitarras de Pedro y Lluís, en todo momento batallando a viva voz, rasgados y punteos en busca de ese encandilado enfrentamiento donde el único vencedor es un público receptivo y entregado capaz de discernir la gravedad de las cuatro cuerdas cadenciosas de Jordi y el rimero de baquetazos de César.
“I can’t deny”, “New distractions”, “Big Star”, “All I Know” o “She’s the number one” alentaron a ese respetable insaciable ávido, cual vampiros nocturnos, de ese torrente apoplético cargado con los bises “Quasi”, “Beleave me” y finalizando con “Lonesome”, el colofón de esa inicial bacanal de flujo musical alentador de mentes que “Autos Detroit” esparció como entremés de otros del caprichoso comportamiento arterial, “Rehenes”.
La banda de rock en el desierto, como gustan autodenominarse, presentando su último trabajo, “Arañazos bajo la piel”, compuesta por Antonio Guillen Pedra, voz y guitarra; Miquel Juarez, bajo y voces; Eduardo Castillo, guitarra y voces; Xavier Monge, teclados; Txabi Ábrego Txopeitia, guitarra; y Josep Mª Llobet "Txer", batería; remataron la saturnal iniciando con el apropiado tema “Después del incendio”, demostrando que es sobre las brasas cuando se demuestra el talante y el talento que irriga sus arterias. Conductos henchidos de notas exteriorizadas en rasgados y punteos de Eduardo y Txabi, en golpes a las cuatro cuerdas de Miguel, en presiones al teclado de Xavi y en frenéticos baquetazos de Txer conjuntados en la grave y profunda voz de Antonio, declamando cual ariete a la estulticia y rasgando las seis cuerdas cual puntal de su asedio.. Todos ellos aclamados y coreados por un respetable que conjugaba la nostalgia de los viejos temas con el regocijo de los nuevos, imbuidos por esa pátina de plasma Rehén.
Prisioneros de esos ritmos rocanrolescos de unos ilerdenses defensores a ultranza de esa tierra, otrora bañada en todo tipo de sangre, que les vió nacer y que evocó epinicios, preces, himnos y romances como “Mi oscuridad”, “Piezas de ajedrez”, “Arañazos bajo la piel”, “Sé que voy a encontrarte”, “En el Desierto”, “Miénteme” y su homenaje a grupos con los que compartieron época o les precedieron, “El último tren”. Éstos dos últimos temas, después de los trece que tenían preparados, a petición vociferante de un público incansable y empapado de ese RH balagariense que nada tiene de aleatorio y mucho menos de confuso, que sumergió la siempre escogida Sala Monasterio en un caldo de imparable rock & roll con denominación de origen, “Rehenes”. Una noche de consanguineidad radicada en la universalidad del tipo de sangre, en ningún momento casual o indeterminada como la de aquel rey de Tracia o la elección del nombre a una raza primate. Con un Rh común repleto de notas, arpegios y pentagramas portados indefectiblemente en las arterias de los componentes de las dos bandas que, esa noche, demostraron científicamente que el arte corre por sus venas, “Rehenes” y “Autos Detroit”.
Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Manuel Alferez
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