jueves, 16 de noviembre de 2017

Lemozine Band - Sala Bikini Bcn

Lemozine Band
Sala Bikini - Bcn


Ciento veintiocho años atrás, hay quien dice que en una aristócrata caravana gitana, nació en las aledañas tierras del legendario Rey Arturo y el mítico Robin Hood, un actor, humorista, compositor, productor, guionista, director y editor, cuyo legado, no sólo es parte de la cinematografía, sino, del mismo carácter global. Un hombre que se abrió paso a base de talento y talante cuya máxima se encontraba presente en cada gesto de su interpretación, en cada coma de sus escritos y, por supuesto, en cada nota de sus composiciones. Conocido mundialmente por el personaje cuyo nombre era diminutivo del suyo propio, hizo de unos bombachos, un bastón de caña, un bombín y un ridículo bigote el emblema de ese axioma, “Un día sin risa, es un día perdido”. Charles Chaplin hizo del humor una herramienta para denunciar, ilusionar y hacer reír sin por ello traicionar su carácter como, musicalmente hablando, un trío que bajo ese mismo axioma, idiosincrasia y desde luego, maestría y creatividad el pasado día dieciséis de noviembre en la siempre volcada en no dar un día por perdido “Sala Bikini” en la siempre Layetana ciudad, presentaron su primer álbum de nombre homónimo, “Lemozine”. 



María Lindmäe, voz; Raul Costafreda “Mr. Loulabif”, guitarra; y David Riberas “Dave Saxattack”, saxo tenor; acompañados por Alberto García, moog y bajo y Robert Gibiaqui, batería, desparramaron su música con estilo propio, al que ellos definen como Rock-Electro, Electro-Rock o Rock con electrónica. Si bien, lo primero que se respira y se palpa con las primeras notas de su repertorio de doce temas, es la premisa del trío, pasarlo bien, disfrutar de cada una de sus composiciones y hacer que el espectador comparta ese deleite y que, no hay duda, en una sala llena a rebosar, era un propósito a priori conseguido. Porque, un público conocedor del reciente, pero repleto de calidad, trabajo del triunvirato, que no dudó ni por un instante en asistir a la cita, a esa llamada sin pretensiones repleta de un rock rabiosamente moderno, es un público conocedor y regocijado ya con su trabajo. Pero, no por ello, “Lemozine” se conformó con dar un concierto perfecto sino que, haciendo suya la paremia de Chaplin, “Un día sin risa, es un día perdido”, desde la “Intro”, desbordaron con su necesidad de disfrutar de sus creaciones para contagiar de euforia y diversión al respetable.



 “Downtown Buda” con esa guitarra inicial de “Mr. Loulabif” asentaron la amalgama de posibilidades de su música, capaz de llevar a bailar un rock o, incluso, cual si estuviéramos en una de aquellas iniciales discotecas de los ochenta. Una fusión enarbolada con la desbordante voz de María, bien distanciada de su indiscutible belleza, muestra una fuerza repleta de matices que descolocan y, a la vez, enajena y arroba al espectador, de bien distinta manera a como lo hace el imparable movimiento de Dave, con el saxo. Al que, además, arranca sonidos puros y armónicos clásicos donde la agudeza de la gravedad envuelve al oyente salteado, no sólo por el de pito de feria cuando utiliza únicamente la boquilla, sino por otros indescriptibles e imposibles a priori en ese instrumento. Como irrealizable asemeja el célere movimiento de los dedos sobre las seis cuerdas de “Mr. Loulabif” quien, además de su también imparable movimiento, como Dave, sin olvidar los coros plaga de riffs cada tema sin desatinar con punteos que hacen poner la piel de gallina al público. Todo ello con ese toque final de sus composiciones, apoyadas en el siempre presente bajo y moog, plagando de electrónica el rock, en las virtuosas manos de Alberto, apoyado en la cadencia, en ocasiones de inverosímil velocidad, de las baquetas de Robert. Pieza a pieza, “Lemozine”, en mayor medida María, su vocal, pero también constantemente Dave o “Mr. Loulabif”, interactuando con un respetable que tararea cada tema, “Resurrection is today” o “Midnight Runner” y que, aun haciendo hincapié en ello, es conocedor del homenaje que la banda dedicó a los infortunios ocurridos en la Sala Bataclan de la capital gala, con el tema “Silly Song”.



 Y, de nuevo, mostrando aquella premisa impuesta incluso en el film de “El Gran Dictador”, con “We should kiss”, regala con alegría la alegoría de un deseo que llena de euforia cualquier corazón. Para acabar con un particularísimo tributo a “Blondie” en una espectacular personalización del tema “Heart of glass” que puso ese broche final que, si bien el público no quería aceptar esa consumación del concierto, celebro con una cerradísima ovación como muestra de su agradecimiento a la enorme calidad que ya sabían de antemano y al demoledor espectáculo que el trío, siempre quinteto, les brindó. Una noche con aquella máxima Charlotiana como insignia, “Un día sin risa, es un día perdido”, cuya banda sonora es el producto de unos músicos ávidos de alegría y cargados de una jaez y pedigrí artístico que, a buen seguro, no les llevará a ser expulsados del norteño Nuevo Mundo pues su mensaje lleno de dobleces no será captado por sus moradores, pero cuyo talante y arte conseguirá que las ruedas de su particular limusina recorran aquellas tierras y todas las carreteras musicales del mundo, “Lemozine”.

Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Anónimas

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