Eté & los Problems + Los Tristes Deleites + Simples Individuos
Sala Monasterio - Bcn
Dicen, las malas lenguas, que no hay celebración más satisfactoria que la oficiada por cualquier familia bien allegada, dicen, que las hay. En ese festejo que conmemora la reunión de miembros, algunos muy distantes, rememorando un pasado en común, anécdotas, nacimientos, óbitos e, incluso, hechos reprobables se convierten en comidilla que hincha egos como estómagos la comida. Sincopa las mentes, cual litros de alcohol, desinhibiendo los caracteres y, en ocasiones, crea disputas irrecuperables o acercamientos inseparables. Festejos alrededor de cálidas brasas en las que verter porciones de buena comida, o entre cuatro paredes, bien sean públicas o particulares donde alardear de posesiones o carencias. O, sencillamente, ocupando espacios sobre la cálida arena de la playa tomándola con coloridas sombrillas, desgatadas neveras portátiles y, en algunos casos, además de tumbonas plásticas e hinchables de mil formas, rácanos aparatos de radio. Emisores artificiales intentando sobresalir por encima del tono de las inconexas voces que sepultan el reconfortante sonido del vaivén marítimo que tantos ánimos han colmado. Ese susurro eterno cargado de certidumbre, nostalgia, perspectiva y anhelo que llena momentos de desvelo, desesperación y, sobre todo, de euforia. Alegría, satisfacción, vehemencia y entusiasmo como la que sintieron el pasado día nueve de febrero en el islote ubicado en el Port Olímpic de la siempre layetana ciudad, “Sala Monasterio”. Arenal enfrentado a ese mar de “Entre Tierras”, oreado por las brisas de la mejor música en directo que acogió la reunión de un público, en su mayoría, gurises y gurisas, que aseveraron el buen fin de una fiesta que, más que familiar, fue nacional. Organizada por la presencia de tres bandas, “Eté & Los Problems”, “Los tristes deleites” y “Simples individuos”, la primera habitante y las dos segundas originarias y asentadas en la ciudad layetana, de aquellos ‘pagos’ de ‘Entre Ríos’ allende el océano. Ese piélago sureño cuya particular salitre comenzó a esparcirse con los primeros en ascender al entablado, “Simples Individuos”.
Fernando Codesal, voz; Juanje Masa, guitarra; Suby Braks, bajo; y Jon Love, batería; con un invitado de lujo, el guitarrista Ignacio Andragnez. Y fue “Amanecer”, el primero de los ocho temas seleccionados, de su estilo mezcla de rock e indie alternativo. Con esa imagen tan contrapuesta del batería, Jon, un animal de las baquetas que asemeja estar a punto de destrozar bombos y platos marcando el contundente compás, en el que se apoya la aparente fragilidad de Suby. Rasgando las cuatro cuerdas profusamente ensalzando el colorido de su bajo con la consonancia de quién se sabe, en realidad como todos, mucho más que un canal sónico con el que crear la melodía. De la que, también con muchísima propiedad, sobresale Juanje, extrayendo a las seis cuerdas el salvajismo interior que parece estar a punto de reventar las hinchadas venas que no observa Ignacio, perfectamente centrado y adaptado, mientras el equidistante Fernando, ase el micrófono cual si estuviera hablando directamente a los ojos de todos y cada uno de los espectadores.
“Simples Individuos”, complejos artífices ejecutantes ladrones indiscutibles de la atención de quien les escucha, armonía y letras cargadas de una profundidad certera. “Despertar”, “El tiempo”, “Nacer en un lugar mejor” o “La traición del juego” todas ellas hablan de excusas inexcusables, del autoengaño de la sinrazón de la falta de razón con la actualizada visión de aquellos ‘Golpes bajos’, en el tema “No mires a los ojos de la gente”, particularmente versionado por ellos. “Por venir” y, finalmente, “Trascender” transportaron al respetable a ese mundo de ésta banda donde puedes disfrutar de buena música y, además, a voluntad propia, extraer un análisis aún más personal del comportamiento del ser humano. “Simples Individuos”, el toque racional festivo de una noche hogareña, hospitalaria, jocosa y jaranera que cedió el proscenio al abrazo rebelde del punk rock de “Los tristes deleites”.
Lao Menchaca “Keru”, guitarra y voz principal; Carly Calveiro, batería y voces; Mariano Morales, guitarra y voz; y Hueso AK, bajo y voces; tomaron, casi asaltaron el entablado con la euforia de quien está a punto de trasgredir y, fue así, vulnerar, quebrantar y escarnecer la idiosincrasia de la realidad con la ironía vivaracha del subversivo. Expresada con entera convicción a lo largo de los once temas de su repertorio, no sólo por la expresión de “Keru” que, desde luego, además del rasgado de su guitarra, por la aguda voz con la que declama cada estrofa, sin dejar a un lado una sonrisa tunante y contagiosa que atrapa al público, esa noche casi parentela, encandilada por el ritmo acelerado. Sino, también, no hay duda, por los bastos de Carly, volando con el estilismo de la convicción y, desde luego, persuasión y resolución a los que se une y exalta Hueso, con la gravedad perenne y presente de su bajo a la altura del rasgado y punteo de Mariano. Absorbido por una guitarra a la que dota de una voz propia que deja en según lugar cuando une, la suya propia, más grave, a la de Keru. “Bestia furiosa”, “Mil razones”, “La más linda” y “Escapándole a los orcos”, mostrando eufóricas repulsiones, exultantes animadversiones que hicieron mover y corear al respetable.
De apostura enfrentada, a ellos en una afrenta comunicativa y recíproca, y a la noche, en un encaramiento al hastío y, desde luego, a la quietud. “Nos tomamos todo”, “Flamenkeru”, “Amortajado”, “Whashinton” y “Todo me la suda”, ésta última una auténtica declaración de intenciones a la que la sala entera se aunó, no únicamente en voz sino también en talante, para acabar con “Kashasa” y “Qué ganas tengo”. Último tema que resumía el estado en que quedó el público, con ganas de más caña, más de esos apesadumbrados embelesos que esgrimen “Los tristes deleites”. Si bien, como buena velada excepcional y confraternizada, llegaba el momento de un tono menos agresivo, no por ello exento de buen ritmo, en éste caso, puro rock con apasionadas enunciaciones o, como a ellos gusta decir, ‘un rayo de oscuridad’, “Eté & Los Problems”.
Ernesto. Tabárez “Eté”, voz y guitarra; Andrés Coutinho, batería; Iván Krisman, guitarra; y Marto Moreno, bajo; recién llegados de las gélidas tierras germanas, ascendieron al entablado y comenzaron su repertorio de nueve temas, algunos de su último trabajo “El éxodo”, calmados, no únicamente por la agasajada bienvenida, sino por la buena adaptación de Iván a la guitarra, mítico bajista del grupo “La Hermana Menor” que se unió al grupo a causa de la imposibilidad de Santiago Peralta, guitarra y cofundador de la banda junto a Eté, a llevar a cabo la gira europea a causa de su inminente paternidad y a la que, en cierto modo, la banda al completo brinda cada concierto de la gira. Y, esa noche, una vez más, comenzaron con “El incendio”, con la rugosa voz de Eté, rasgando su guitarra con la misma fuerza y energía volviendo a hacer vibrar al público emocionado, apoyado por las seis cuerdas de Iván, pausado y constante disfrutando de la guitarra y el sonido. Sustentado en el profundo estruendo melódico de las cuatro cuerdas de Marto y la eclosión como fondo y principio de Andrés con sus baquetas.
“Aparte”, “La Bandera” y “Ruta 8”, los temas más rockeros, intercalados por “El futuro” mucho más country o bluegrass, muy acorde a esas brisas que mueven los prados de poa cuyo nombre está muy ligado al más que familiar negocio del bourbon. “Objetos perdidos”, mucho más tranquilo, casi de cantautor, un canto a la posibilidad muy distinto a “Jordan”, premiado como mejor tema del año dos mil catorce por la revista musical ‘Moog’. Para cambiar completamente de tercio con “Milonga de Manuel Flores”, escrita por el gran Jorge Luis Borges y musicalizada por el no menos grande Aníbal Troilo, cantada, como la anterior, casi por completo por el respetable, en ese punto de la noche, febrilmente ebrio de ritmo, que se dejó arrastrar por el tema que cerraría tan importante cita, “No sé lo qué pasó”.
Un rock melódico y pegadizo que hizo zumbar los oídos, dese luego, por la fuerza contenida, la rabia y la incomprensión que describe y que provocó que el público volara y, finalmente, se convirtiera en ‘fuego’. En una llama inextinguible que portaran de por vida similar a la que se crea cuando se asiste a una reunión familiar, uno de esos festejos que aúna miembros bien dispares unidos por la consanguineidad para celebrar la existencia. Para disfrutar del apego y, en ocasiones, como esa noche en la “Sala Monasterio”, de la excepcionalidad de algunos de los componentes, en éste caso, todos los que forman las bandas oreados por la brisa del mar de ‘Entre Tierras’ con aires del océano que baña ‘Entre Ríos’, “Eté & Los Problems”, “Los tristes deleites” y “Simples Individuos”.
Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Manuel Alférez
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