sábado, 4 de febrero de 2017

La Santa Espina - Bar Makinavaja

La Santa Espina
Bar Makinavaja - Bcn


La ausencia de color en sí misma es una tonalidad, un viso de realidad donde la claridad del entendimiento se interpreta como negativo. No obstante, es en esa iluminosidad, como opacidad, en la cual en ocasiones se halla la autenticidad sin espinas cortadas, el desapasionamiento de la aceptación del inevitable óbito, incluso, la insustancialidad de la existencia o la incomprensión del uno mismo. Esa, llamada aciaga pigmentación, está compuesta por un todo que, aunque tachado como fin, realmente implica principio y fin, un absoluto carente de ecuanimidad que no exime a la flaqueza ni incrimina la fortaleza. Ésta última, imprescindible ante tal avalancha de información, esa nitidez cambuja aparentemente pesarosa e incomprensiblemente certera, no entiende de culpabilidad o inocencia y sí de incursos y lerdos. De la realidad en la cual no caben los pretextos ni los subterfugios porque donde la luz es velada no existen las sombras en las que ocultarse y, si no hay enmascaramiento, únicamente cabe la sustantividad. Y, qué mayor ofensa para la ilusa sociabilidad que el enfrentamiento a la descarnada objetividad, a la, para algunos, insultante procacidad. Cinismo e insolencia ataviados con sombríos ropajes evidenciando la claridad del oscurantismo, la turbiedad cristalina de una verdad sin tamices esparcida por doquier y negada por pelotas. Como la que es posible encontrar en los rostros de vívidos y denostados convecinos de barrios como “El Raval”, donde vivió el maestro Ramón Tosas Fuentes, “Ivà”, quién vislumbró y evidenció la estulticia del auténtico jifero y de la idiosincrasia de una sociedad que él vistió de negro. Y a quien el gran “Leandro” rinde eterno homenaje en su local “Bar Makinavaja”, asentado en la calle Carretas del que siempre será “El barrio Chino” de ciudad layetana. Y donde, el pasado día cuatro de febrero, como cada sexto día de la semana a la hora del vermut, fue posible disfrutar de un concierto a la altura de la tonalidad de “Ivá”, de una banda local que lleva hasta la extenuación la ambigua última broma de unos soldados a un condenado a muerte, “La Santa Espina”.



 Juano Montero “Juano Espino”, voz y guitarra; Álex Montes “Álex Espino”, bajo y voces; Francisco Álvarez Hernández, “Paco Espino”, batería y percusiones; y Carlos Guzmán “Pastel De Guzmán”, teclado; comenzaron su iluminosidad con los temas instrumentales “Bosque de cruces” y “Alerta roja”, en una clara muestra del after-punk oscuro exento de argucias y cargado de un carácter a lomos entre el indomable “14-30” y la manejabilidad de la actual comunicación. “Oscuro”, ejemplo claro de ese sable pigmento enarbolado cual racional manifestación plasmada aún más en la clarividencia de “Negros tambores”, narrando el sino de una vida en una ahuecada espina.





 Aguijón que en “Chica del cementerio” no ceja en un “Face to Face” resumido en un ‘¡Tírate! ¡Tírate!’ a través de un cristal de Wood que ilumina con su oscura luz la figura de un capullo, “Hombre crisálida”, un gusano atezado por interés hacia duendecillos perversos, aquellos que escuchaba “El Ángel” cuando “Estaba muerto” y sin “Héroes”, como Jordi Solá “Dei Pei”, que se unió a la banda para cantar el último tema, “La oración”. Preces enaltecidas por las notas, cual frutos del bruno extraídos a las seis cuerdas por el insigne “Juano”, cuya voz, hasta ese momento, había irradiado una obscuridad cristalinamente boyante al pizmiento talante de un público acunado ‘espino’. 



Como la base rítmica, endrina como el betún, esparcido por las manos de “Álex” a las cuatro cuerdas, arrancando la gravedad con puntas maquiavélicas que apizarran aún más los golpes de “Paco”, cual nigromante gesticulando y embebiendo al respetable con el manejo de sus baquetas. Bastos azabaches cuyo óbito él transmuta en existencialidad métrica y de autoría, como los denegridos aspavientos de “Pastel” arrancando un retinto son a las clavijas de su teclado. Una nocturnidad diurna que los ‘espinos’, lejos de dejarse llevar por el ensombrecimiento del final, continuaron celebrando luciendo el halo punzante que da nombre a la banda. Al son del eco perenne de un "Po fueno, po fale, po malegro", "¡Cagontó!" o "¡To er mundo ar suelo! Que siempre resuena en el “Bar Makinavaja” y, desde luego, de las húmedas reverberaciones de la cripta en que lo convirtieron aquellos cuya ausencia de color es, en sí misma, una increíble tonalidad, “La Santa Espina”.

Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Manuel Alférez

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