Ravales + Klandestino + Rosas Negras para la Novia
Sala Monasterio - Bcn
Entre mil ochocientos noventa y ocho y mil novecientos treinta y siete hubo una explosión social, desde un punto antropológico, que siempre había formado parte de los barrios, no sólo de la layetana ciudad, sino de gran parte del territorio lacetano. Un producto de los alfoces que construyó una identidad, compartida por familias enteras y en las redes cotidianas de las barriadas obreras. Una cultura arrabal que atrapó y encauzó la tradición previa de protesta violenta y directa que fue denominada como anarquista y que, finalmente, convirtió a la pequeña ciudad costera en la capital del anarquismo. Un sedimento, en realidad, jamás sepultado si quiera por la cuarentena de años de incomunicación y extrema represión, que volvió a explotar en aquellos desconcertantes años ochenta. Antiautoritaristas que desempolvaron aquella identidad inherente a la urbe engalanada, por entre otros, el innovador arquitectónico Antoni Gaudí, que llevó a muchos a convertirse en ácratas de altas crestas y aspecto provocativo. Adhiriéndose a una, posiblemente mal llamada, subcultura conocida como punk en busca de una salida a la insatisfacción socio-política y al encuentro de respuestas efectivas a la realidad del sujeto y sus circunstancias personales, históricas y sociológicas. Algunos optaron por la autodestrucción como única expresión de su rechazo al mundo y a su hipocresía, una forma de denuncia, en cierto modo, en consonancia con las maneras de aquella década innovadora y reveladora donde todo estaba por descubrir. Y que finalizó, casi, con la respuesta a uno de los estribillos de un reconocido grupo de música Oi!, -¡Barna, 92 ¿Dónde coño estaré yo?!-, una réplica que llegó en el ochenta y seis convertida en una nueva represión a modo de limpieza cerrando bares, locales de ensayo, aumentando el precio del alquiler de las viviendas, especialmente las grandes donde muchos punk vivían en comunas. El movimiento punk parecía haber llegado a su fin, el cansancio de una lucha sin cuartel y, también, la efectividad de las tácticas gubernamentales volvieron a acabar con una revuelta popular. Sin embargo, igual que aquella cultura de barrio convertida en ideología y constitutiva de la mediterránea ciudad, aparentemente desaparecida tras el funesto fin de una guerra de un millón de muertos, Punk, is not dead! Como fue posible aseverar el pasado once de febrero con la fiesta “Barcelona Punk Rock” en la más que antiautoritaria y consolidada “Sala Monasterio, ubicada en el Port Olímpic de la siempre layetana ciudad. Organizada en conmemoración del séptimo aniversario del segundo de los tres grupos que reventaron el local con ese punk mucho más que vivo, alejado cerebralmente de la repetición de algunas formas autodestructivas, pero cargado con el mismo apoyo a las ‘okupaciones’ y la desvergüenza individual y colectiva, “Ravales”, “Klandestino” y “Rosas negras para la novia”.
Una cita a la que acudió un público que atestó el local con crestas, chupas, tachuelas, imperdibles en las orejas y energía, mucha energía de bien distintas edades demostrando, no sólo que el punk no ha muerto, sino que mantienen la esencia de aquella identidad de protesta y lucha que irrigó el terreno incluso con sangre. La cual, ese líquido carmesí, fluyó por las venas sin escapar una gota hinchando las arterias, sin violencia, pero con agresividad y determinación para disfrutar de la larga noche iniciada por “Rosas negras para la novia”.
Clara, batería; María Lagarta, bajo; Mr. Barberan, guitarra; Phil, guitarra solista; y Kabra, voz. Ascendieron en primer lugar al entablado con una ‘Intro” que, no sólo ejercía de previa para su punk rock, sino que mostraba una jactancia cuyo máximo exponente se encuentra en su vocal, Kabra. El cual, tras agradecer al público su asistencia y al grupo conmemorativo su invitación, se lanzó al primero de los ocho temas restantes, “1977”, una versión muy particular de ‘The Stranglers” para continuar con “Rosas negras”, un tema oscuro muy acorde con la visión punk más nefasta del individuo incomprendido. Si bien, comprensión, es lo último que necesita el protagonista del siguiente tema, “Sangre eterna”, una oda a aquel Vlad Tepes eterno, ansioso de sangre fresca y soberbio con todos los mortales. “Mentes Vírgenes” y “Morir en París”, éste último, además, nombre de su último trabajo a punto de salir al mercado. Kabra, yendo de un lado a otro, no deja de interactuar con el público, volcado en el micro que capta su profunda y grave voz.
Mientras Phil, se pierde en las seis cuerdas de una guitarra que alberga tanta energía y calidad como él, a la que arranca rasgados y punteos apoyado en Mr.Barberan, cual estudioso extrayendo sonido a la media docena de cordeles metálicos a la altura de la base rítmica. Clara, golpeando bombos, platos y caja inyectando la velocidad justa en cada tema engrosada por el nuevo miembro de la banda, María, no sólo golpeando las cuatro cuerdas de su bajo, sino, además, extrayendo sones propios sin perder la carencia. “La sonrisa del muerto”, “Del Olimpo al Hades” y, “Cuando reviente”, última canción de su repertorio de esa noche que, no sólo apresó al respetable que colmaba la sala, sino que asentó el ambiente desvergonzado, reclamante y protestante de la larga noche. La cual continuó con los organizadores y protagonistas de la fiesta de aniversario, siete años de “Klandestino”, un septenario que la más que asentada banda quiso celebrar como mejor saben hacerlo, con música y denuncia.
Hueso, voz; Alexis, guitarra y coros; Mauricio “El Pil”, bajo; y “Bestia”, batería; se lanzaron por “Los tipos de arriba” iniciada por rapidísimos rasgados de la guitarra y el bajo ensalzado por la contundente explosión de las baquetas golpeando aún más rápido, si cabe, y la voz indignada declamando y provocando que el público se lance a ‘poguear’, a dejarse arrastrar por la evidencia enunciada y por la viveza del ritmo. Desenfreno que no cejaría a lo largo de los siguientes catorce temas, “Persecución”, “A la deriva”, “Spanish Revolution”, “Estás preso” y “Yo no me vendo”. Y, desde luego, no se vendieron, se enajenaron y exportaron su capacidad punk en la más que querellante voz de Hueso, agarrando el micro con la misma fuerza de su intención.
En los ágiles y veloces movimientos de las manos de Alexis, reinventando el uso de la púa con la que extrae la estridente y contundente sonoridad apoyado por el inquieto y, no menos veloz, “El Pil”. Sustentador de esa armonía grave, autoritaria y mucho más que presente, que esgrime elevando el largo mástil de su bajo no como un arma, peros sí como un blasón que aúna con las rapidísimas e irrebatibles baquetas de “Bestia”. Sobresaliendo por entre su escuadra de elementos percutivos con los que ultima y e inaugura el conjunto de disconformidad trasladada que no vendida. “Antidisturbios”, “La tierra prometida”, “Tu cabeza”, “No necesito modelos” y “Papelitos de colores”, si bien, desde luego, no dejaron a un lado esa búsqueda de una salida a la insatisfacción socio-política, convirtieron el local en un cúmulo de adeptos vibrantes y sudorosos enfrascados en corear cada tema y en esa danza combativa pero límpida que impide a cualquiera, casi, mantener el equilibrio sino forma parte de ella. “Desobediencia”, “No hay trabajo”, “Klandestino” y “El ojo blindado”, en un fin de concierto que no fue más que continuación de su fiesta, su reivindicativa celebración septenaria con el carácter del inmortal punk actualizado. El cual, cedieron a los siguientes en ascender al entablado, “Ravales”, ansiosos por presentar su último videoclip, “El Estado”.
Maxi Santapa, voz y bajo; Eddie Aufray , guitarra; y Mauricio Schneider, batería; tras disfrutar del visionado del tema de su último trabajo, la rabia y la fuerza de éstos ‘ravales’ estalló a modo de ese punk de finales de los setenta cual eslóganes de manifestación. Maxi, sin perder ni por un momento el tacto de las cuatro cuerdas del bajo, gravedad que contrarresta con su voz, un grito calibrado y exigente, exaltaba con cada estrofa a un público, especialmente ellos, casi desnudo a causa del calor por los constantes pogos y el fervor de los temas.
Ensalzados, no por la aparente frialdad de Eddie, sino por la vehemencia de sus manos raspando las seis cuerdas y, desde luego, por la vivacidad de Mauricio elevando y dejando caer las baquetas con ligereza y contundencia asentando la base rítmica. Quince temas que fueron desde “Touch my baby” a “Invéntalo”, pasando por “No sabes qué hacer”, Havana home”, “El Estado”, “A mí no me gusta” o “Antihero”, agradeciendo a “Klandestino”, la invitación a su celebración, además de la cesión de tocar en último lugar, y, desde luego, disfrutando más, incluso si cabe, que el propio respetable. El cual, a buen seguro porque la mayoría son productos del punk actual, se habría dejado llevar por la efusividad y el ambiente de rebelión y enfrentamiento, al que estaba poniendo colofón “Ravales”, y habría llevado los enérgicos movimientos de su danza al mobiliario de la sala hasta dejarla hecha añicos.
Y, si bien, literalmente no fue así, cierto es que el local parecía venirse abajo con cada nota y cada estrofa, en un ‘fiestón’ de antiautoritaristas que no acabó con el último tema, “Víctimas”. Bien al contrario, ya en un tono más bajo y compartiendo espacio con los recién descendidos “Ravales” y los componentes de las otras dos bandas a pie de barra, la fiesta continúo sin perder un ápice la necesidad de continuar buscando una salida a la insatisfacción socio-política y la negada realidad del sujeto. Con métodos similares a los de aquellos punks de los ochenta, pero sin la necesidad de la autodestrucción como única expresión de su rechazo al mundo y a su hipocresía. Un fin de fiesta denuncia que celebró la ya de por sí difícil constancia en el mundo de la música, el séptimo aniversario de “Klandestino”, y aún más el aparentemente perdido valor de disfrutar de la vida sin por ello ser víctima de una ceguera al entorno. En la “Sala Monasterio”, con tres de las bandas locales erigidas como parte de ese ave Fénix del punk de ésta nueva era, “Ravales”, “Klandestino” y “Rosas negras para la novia”.
Texto: Yon Raga Kender
Fotografías: Manuel Alférez
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